Manuel de Diego Martín

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9 de enero de 2010

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A veces te encuentras un poco perdido cuando ves que medios de comunicación que los sientes como de casa porque normalmente defienden los valores del evangelio, luego los ves haciendo publicidad, y lo hacen con todo lo que venga a pelo, sin tener en cuenta lo que se anuncia, lo que importa es vender, vender. Y que los demás compren y compren, lo que necesiten y lo que no; el objetivo es que las gentes se lleven las bolsas llenas de cosas. Llegan las rebajas y se da como una tendencia compulsiva a comprar; es que no te las puedes perder.

Decimos que el consumismo es uno de los males de este tiempo propio de nuestra sociedad occidental un poco enfermita. El Papa recientemente, en su último mensaje para el día de la paz, nos recordaba que si no cambiamos nuestros hábitos consumistas, hay que temer por el futuro de la tierra. No podemos dejar hipotecadas a las generaciones venideras.

Por otra parte lo que siempre hemos creído, que era una virtud social el ahorro de las familias, ahora con esto de la crisis, nos dicen que lo que hay que hacer, no es ahorrar, sino comprar, consumir, todo ello para que se reactive nuestra maltrecha economía. ¿Con qué nos quedamos? Pues bien, los que podamos vamos a consumir un poco más en estas circunstancias, pero sin pasarnos demasiado, para evitar que sea peor el remedio que la enfermedad.

Lo que no debemos consumir nunca son ciertos productos que nos brinda el mercado, aunque a primera vista parezca que nos pueden traer toda la felicidad del mundo. Escuchaba ayer en una emisora las ofertas publicitarias de ciertos viajes, ciertas vacaciones para novios, con unas noches de ensueño, locas de amor, en unos super-hoteles. Pobres madres, que en otros tiempos decían a sus hijas, “no te debes ir sola de vacaciones con tu novio para evitar tentaciones”. ¿Tanto han cambiado las cosas que lo que ayer no estaba bien, ahora es lo más normal, es lo más hermoso del mundo? ¿Es que hasta en esto hay rebajas tan alucinantes?