Manuel de Diego Martín

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5 de julio de 2008

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Escuché el otro día una emisión de radio en la que contaban cómo una famosa modelo brasileña, de veintidós años, llamada Areta Rosi se había convertido al cristianismo. Fue bautizada y confirmada en Madrid por el cardenal Antonio María Rouco con el nombre de María José.

La muchacha contaba un poco lo que es la vida de una artista, en la que tienes que hacer muchas cosas que no te gustan, incluso te hacen daño, pero no tienes más remedio que hacerlas por agradar, por estar en el candelero, por ser famosa. Hablaba la chica de su insatisfacción vital, de su soledad. En una palabra, decía ella, crees tener todo y no tienes nada. Dice que un día vagabundeaba por las calles de Madrid, vio una Iglesia abierta, entró en ella y tuvo la suerte de hablar con un sacerdote. De este encuentro salió para ella mucha luz. Una nueva vida se abría para ella al empezar a conocer a Jesús de Nazaret. Empezaba a sentir lo que es la verdadera paz, lo que es la verdadera alegría, lo que es sentirse bien en la vida.

Mientras estoy elaborando esta reflexión me encuentro en las noticias que la “top model” Ruslana Korshunova, de veinte años, muere tras caer por la ventana de su casa de un noveno piso en Nueva York. Dicen que todo apunta a un posible suicidio. Nadie pudiera imaginar que en esta chica, tan guapa, tan exitosa, tan alegre pudieran coexistir estas tormentas existenciales, para llegar a poner, según indicios, fin a su vida. El cronista reflexionaba sobre el hecho y nos hacía ver qué alto grado de gentes del estrellato, es decir, de los súper famosos terminan su vida de cualquier manera.

Hoy que las chicas jóvenes buscan como modelos precisamente a estas “modelos” profesionales, habría que recordarles que no todo es oro lo que reluce. Tendrían que darse cuenta de que detrás de esas vidas, tan fascinantes, pueden esconderse grandes tragedias. En ellas se cumple a lo vivo eso que nos recordaba el Papa hace poco en la Encíclica “Spe salvi” de que el hombre sin Dios aunque crea que lo tiene todo, al final no tiene nada.

María José Rosi tuvo la suerte de encontrarse con Dios, y poder descubrir el misterio y la persona de Jesús de Nazaret que le ha abierto nuevos horizontes a su vida. Ruslana Korshunova no ha llegado a tiempo. Esperamos que para Dios, para su divina Misericordia, si haya llegado a tiempo.