Natalia Cantos Padilla
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25 de julio de 2020
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Con la llegada del calor existe la costumbre en muchas casas de hacer limpieza general, desde el cambio de ropa en los armarios hasta incluso pintar, en fin, aprovechar para darle una vuelta a la casa. Es curioso lo que podemos llegar a almacenar durante un invierno, y no hablemos ya de esas cosas que guardamos de toda la vida. Normalmente las sacamos de sus escondites y las valoramos, ¿me sirve esto aún?, y muchas veces las guardamos a pesar de que sabemos que pasará otro año sin verlas y al siguiente las pondremos en la misma disyuntiva. Tenemos tendencia a acumular cosas. A veces son nuestros “tesoros” del pasado, recuerdos que nos dan alegría o nos hacen llorar, pero otras veces son fruto de una filosofía de “lo guardo por si…”, y luego el “por si…” nunca llega.
El evangelio de hoy nos viene a decir que “tener menos es tener más”. Cuanto menos tienes más libre eres, y si sólo Dios te basta, eres el ser humano más libre del mundo y el más feliz, pero ¿cómo conseguir descubrirle entonces en nuestra vida?
Mateo nos dice en su primera parábola que el reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo que alguien encuentra y vende todos sus bienes para comprarlo. También nos dice que se parece a un comerciante de perlas finas que halla una de gran valor y se deshace de todo lo que tiene para adquirirla.
En ambos casos, la manera de conseguir ese tesoro es vender todo lo que tienes, lo que equivale a “hacer limpieza” de nuestro deseo de acumular cosas materiales, poder, influencias… a cambio de la compañía de Dios. Ese es el precio del reino de los cielos. El tesoro está ahí, aunque la manera de encontrarlo, según se nos explica en estas parábolas, es diferente. En el caso del campo, el afortunado se encuentra con él por casualidad. Este caso refleja a muchas personas que encuentran a Dios por un acontecimiento puntual de su vida: el nacimiento de un hijo, la muerte de un padre, la ayuda de una persona en un momento crucial, una enfermedad, incluso una sonrisa, eso depende de la persona. El caso del comerciante de perlas es distinto porque él se dedica a buscar perlas con valor y el encontrar esa tan valiosa es fruto de su esfuerzo continuado. Esta situación refleja a la persona que desde siempre ha intentado buscar a Dios mediante la escucha de la Palabra, la oración y el control de sus acciones.
No obstante, la parábola de la red que se echa en el mar y recoge toda clase de peces, buenos y malos, nos descubre que hay personas que conviviendo con el tesoro del Reino, chocándose con él seguramente a cada paso, o no son capaces de descubrirlo o le han quitado su valor real adoptando una versión del cristianismo que puede estar basada en la pose, en lo puramente ritual, pero sin fondo, porque muchas veces el cristianismo se vive en forma de herencia, costumbre o folclore y no por una actitud consciente de adhesión al mensaje de Cristo. Otras veces se necesita una actualización del mensaje porque nos parece complicado, como encriptado, debido al transcurso de los años. Las últimas palabras de Jesús en el texto de este domingo, donde afirma que “un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo viejo”, claramente se refieren a la unidad entre la antigua y la nueva alianza gracias al acontecimiento de Cristo, pero también se pueden entender hoy como la necesaria labor de modernización de un mensaje que, en ocasiones, puede resultar lejano, propio de otros tiempos y de otras situaciones.
En conclusión, la lectura de este domingo constituye una llamada a hacer “limpieza general en nuestra casa”, deshaciéndonos de la superficialidad, el egoísmo, la soberbia… para acoger con humildad, sencillez y confianza el mensaje de Jesús. La prueba de haber realizado bien esta tarea la encontraremos en un sentimiento de alegría en forma de gozo interior ya que una persona que guarda el tesoro del reino de los cielos en su corazón se siente plena, acogida, comprendida, aconsejada, habitada y esperada por Dios.