Manuel de Diego Martín

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8 de septiembre de 2007

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El 15 de agosto y el 8 de septiembre son fiestas de la Virgen que se celebran en infinidad de pueblos. En septiembre celebramos el nacimiento de la Virgen María y en agosto su entrada triunfal en la gloria del cielo. Las dos fiestas condensan lo que fue el misterio de la Madre de Dios.

En estas fiestas patronales hay toda clase de actos. Desde las vaquillas hasta la ofrenda de flores, desde las comidas populares hasta los teatrillos en la plaza del pueblo. Los mayores siguen celebrando estas fiestas con espíritu religioso, la gente joven se va alejando del sentido y el misterio, metidos en otros rollos más atractivos que las realidades invisibles.

Quiero hacerme eco de la experiencia amarga de una amigo, párroco de un pueblo pequeño (no en nuestra diócesis de Albacete) en donde la Comisión de fiestas tuvo la gracia, o mejor dicho desgracia, de poner en la plaza pública un teatrillo, precisamente la víspera de la Asunción, en que el misterio de la Virgen quedaba mal parado, ridiculizado, si no rayaba a lo blasfemo. Para terminar con un sainete de “mujeres malas” en que el lenguaje era de lo mas soez y atrevido. En un lugar cerrado, todo esto, aunque nos duela, puede pasar. Pero en la plaza pública, estas actuaciones son un escarnio. La gente mayor desconcertada se iba yendo, y el cura subiéndose por las paredes, gritaba pero, ¿cómo se puede consentir esto aquí en donde hay tantos niños? Esto decía y repetía el párroco, en su desesperación.

Yo a este amigo lo animaba a superar el trauma. Le hacía comprender que vivimos tiempos en que la libertad de expresión y el sentido de ser progresistas se confunde como la velocidad y el tocino. Habrá que ir creando conciencia y educar a la gente para hacer entender lo que tanto nos repite el Papa a propósito del relativismo. No todo vale, no todo es lo mismo. Poner estas cosas en una plaza de un pueblo pequeño es un tremendo error. Habrá que ayudar a los organizadores para que no tropiecen en la misma piedra. Pero en todas partes no ocurre lo mismo, y le conté otra experiencia vivida por mí, precisamente el mismo día, en vísperas de la fiesta de la Virgen de Agosto.

Como las cosas buenas se pueden decir, cuento aquí lo que viví en Cancarix, un pueblo al que yo atiendo como sacerdote. Después de una cena popular con un gran ambiente, en la que había tantos hijos del pueblo venidos de fuera, se dio paso a un teatro en la plaza. Era un precioso canto a la naturaleza, a querer a los animales, a saber cuidar del agua. Con las simpáticas marionetas, la música y la palabra hicieron una deliciosa lección de ecología, en el que tanto niños como mayores lo estaban pasando pero que muy bien. ¡Qué acierto el de los organizadores! Por aquí tienen que ir las muestras populares, que lo sean de verdad, abiertas a niños y mayores.

El otro camino, el dejar a un lado a personas mayores, ofendiendo precisamente sus sentimientos religiosos en la víspera de la fiesta de la Virgen, o usar un vocabulario que los pequeños no deberían aprender, esto no es progre, es todo lo contrario, esto es volver a las cavernas.