Manuel de Diego Martín
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3 de julio de 2010
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Dicen los sociólogos y pensadores que unas de las características de nuestras sociedades occidentales es la de ser líquidas. ¿Qué quiere decir esto? Cuando estudiábamos ciencias naturales se hablaba de los seres invertebrados y los vertebrados. Los moluscos eran invertebrados y por eso blandos. Nuestras sociedades no son simplemente blandas, es decir “lights”, sino más bien líquidas. Son tan invertebradas que se deslizan y acomodan a todo como el líquido elemento. Son sociedades sin criterios, sin valores, sin principios, sin proyectos, sin compromisos ni responsabilidades. Son víctimas de aquello que el Papa enumera como enfermedades de nuestro tiempo: el individualismo, el hedonismo y el relativismo moral.
Hace unos días estuve en Roma en la clausura del año sacerdotal. Tuve la oportunidad de besar las piedras que según la tradición cobijan la tumba de S. Pedro. Ahí está, pensé para mi, los restos mortales de aquel a quien Jesús dijo: “Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En la ciudad santa del Pescador de Galilea se siente la emoción de ver a esa Iglesia caminando a lo largo de la historia, y constatar que a pesar de las fuerzas del mal, ella sigue viva en todas las latitudes del mundo. Esa Iglesia está cimentada en la roca de Pedro.
Hoy esta piedra se llama Benedicto. El día 29 celebrábamos la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Era también el día del Papa. Pidamos al cielo que la Iglesia siga siendo como nos dice el Vaticano II esa fuerza vertebradora para hacer que todos los pueblos de la tierra puedan llegar a ser la familia de Dios, que todas las gentes del planeta puedan vivir en justicia, libertad y paz. Pidamos que el Papa sea el buen servidor de esta Iglesia.
La última encíclica del Papa, “Caritas in Veritate” que va a quedar en la historia como uno de esos jalones siempre de referencia en la doctrina social de la Iglesia, pretende precisamente eso, que todas las sociedades del mundo, a veces tan líquidas, queden vertebradas por la fuerza del amor, que anuncia el evangelio, para construir la gran familia humana.