Manuel de Diego Martín
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27 de febrero de 2016
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El miércoles pasado el Papa Francisco, en la audiencia general, abordó un tema de rabiosa actualidad. Se trata de esa corrupción que tanto abunda. En su lenguaje directo nos hizo ver cómo aquellos que tienen un poder, ostentan un cargo, ejercen una responsabilidad no pueden vivir pensando sólo en ellos o en los suyos. Deben buscar el bien común. Cuando se olvida esto lleva a la corrupción. Este año de la misericordia, nos decía el Santo Padre, es muy bueno para conseguir la conversión y superar las corrupciones.
La idea que se tiene es que el problema se arregla echando a los corruptos. Claro que sí, hay que echarlos en buena lógica. Lo malo es que luego vienen otros, creyendo que las cosas van a ir a mejor, luego te das cuenta de que aquellos que gritaban nosotros no queremos ser “casta”, no queremos privilegios, buscaremos transparencia, también en ellos van saltando chispas de corrupción según vemos en los medios. Al final los mismos perros con distintos collares. El problema está en otro lugar, está en el corazón del hombre.
Estos días la Liturgia nos presentaba un mensaje del profeta Jeremías en que decía que nada hay más enfermo y torcido que el corazón del hombre. ¿Quién lo puede conocer? Sólo el Señor, respondía y pagará a cada uno según sus obras. Por tanto lo importante en la vida es cuidar este corazón para que no enferme ni se tuerza y sea capaz de mantener siempre la coherencia.
Estos días pasados falleció en Albacete Sor Pilar, Hija de la Caridad, que durante treinta y tres años ha estado en el Colegio de María Inmaculada. Un accidente tonto se la llevó a sus 86 años, una mujer que conservó el corazón joven hasta el último día. El día de su funeral en la Capilla no cabía un alma, allí estaban mayores y jóvenes para testimoniar todo su cariño hacia esta buena mujer.
El martes pasado, en la misa de ocho días, tuve la suerte de concelebrar la Eucaristía con el Capellán, P. Felix, de la comunidad de padres Paúles. Me quedé impresionado al conocer datos biográficos que mostraban la grandeza de espíritu, sobre todo al sacar a la luz una oración que la hermana rezaba cada día. Aquí no había un corazón enfermo, sino un corazón santo lleno de amor a Dios y a los hermanos sobre todo a los más pobres. Ella era en verdad una Hija de la Caridad, pero sobre todo una madre de misericordia para todos.
Recojo algunas frases del P. Félix: “Ella ha sido una persona buena de verdad, de corazón abierto. Sensible como pocos a las carencias y necesidades de los demás. Ella compartía su tiempo, su bondad, su disponibilidad con todas las personas que se acercaban a ella y lo hacía siempre con una sonrisa contagiosa. Ella ha tenido un talante conciliador, sin rencores ni críticas. Aceptaba a las hermanas en su identidad real, Con sus virtudes y defectos, ella dispuesta a caminar en el amor a Dios y en el servicio a los hombres” Y terminaba el Padre diciendo: “Su vida y su muerte nos interrogan. ¿Qué queremos hacer con nuestras vidas, qué queremos hacer con nuestras muertes? Saber vivir bien, implica saber morir bien día a día dando vida a los otros”
¡Qué ejemplo de vida el de Sor Pilar en esta sociedad secularizada que quiere vivir bien pero no piensa que se tiene que morir! Y como sólo piensa que tiene que vivir bien, a veces lo hace a costa de los demás y esto lleva a la corrupción. ¿Quién dio a Sor Pilar ese corazón tan bueno? Pues su oración diaria a Jesús.