María José Alfaro Medina
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6 de agosto de 2022
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Al escribir estas líneas afronto la tristeza de quién está a punto de perder a una gran amiga, a una gran persona, quizás en estos instantes se esté marchando… No puedo evitar tener los ojos llenos de lágrimas en este momento, pero es la tónica general de los últimos días. Además, no es la primera vez que despido a alguién muy cercano que cierra los ojos en la flor de la vida, y unos recuerdos llevan a otros… En estos días, en los que la vida se ha parado un poco (es difícil hacer vida normal cuando alguien que quieres sufre, y también su entorno), he releído textos que ponen luz a estos momentos complicados. Supongo que nos pasa a todos, al pasar por el trance de la despedida nos preguntamos por la vida, por nuestra vida, por el camino que seguimos, por nuestros sueños, en definitiva por aquello en lo que gastamos nuestros días.
El evangelio de hoy también nos invita a reflexionar en este sentido: ¿acaparar o compartir? ¿derrochar o donar? ¿pensar sólo en nosotros mismos o abrirnos a la presencia de los demás? ¿vivir para trabajar o trabajar para vivir?… Claro que hay que trabajar, es lo que nos da de comer y una de las cosas que nos dignifica como personas, pero a veces el trabajo, incluso otras actividades como el deporte, la limpieza o la formación, nos van cerrando a otras posibilidades. Nada hay malo en su justa medida, pero a veces si miramos hacia atrás podemos encontrarnos con muchos momentos que pudieron haber sido y no fueron. ¿Quién no se arrepiente de aquella salida a la que todos fueron y él se perdió? ¿Aquel concierto del que todos hablan? ¿Los “cafés” perdidos con aquellos que ya no están?. Hay que vivir para llenar la vida de amor, de amistad, de momentos inolvidables, porque al irnos el trabajo se quedará, también todo lo material que hayamos acumulado, y sólo dejaremos en los que se queden los recuerdos de lo vivido, los sentimientos y las sensaciones experimentadas, y eso, sólo eso, es también lo que nos llevaremos. Acumular un tesoro, sí, pero un tesoro en el corazón, en el nuestro y en el de aquellos que queremos.
La vida va pasando, igual que el tiempo, sin darnos cuenta. Constantemente estamos expuestos a su trampa. El tiempo no es como el dinero, no lo poseemos, no somos conscientes del tiempo que nos queda en los bolsillos para vivir, sólo tenemos la certeza del tiempo que hemos vivido. Por eso es mejor no dejar nada para un mañana que puede no existir, vivamos como somos, con lo que tenemos y con quienes queremos, sin afanarnos en acaparar cosas que quizás ni podamos disfrutar. Y no me referiero a no pensar en el futuro, sino a que el deseo de asegurar el futuro no nos robe el presente. Tenemos montones de dones y virtudes que desaprovechamos sin percatarnos que son una bendición (a veces vivimos sin conocernos a nosotros mismos), sin saber que lo más preciado que tenemos lo llevamos dentro de nosotros, en lo que somos, y no en lo que tenemos. Si buscamos ser aceptados, o gustar, por lo que tenemos quizás estemos desorientados, porque quien nos quiera por lo material no nos quiere a nosotros.
Todo esto me lleva de nuevo al comienzo, a las personas que queremos, a la familia, a las amistades verdaderas, a todos aquellos que nos aman por lo que somos, que perdonan nuestras imperfecciones porque, en definitiva, todos las tenemos. Sí, tengo lágrimas en los ojos y una profunda tristeza en el corazón, pero sé que he vivido momentos maravillosos con ella. Entre ellos he querido rescatar una foto que marcó los comienzos de nuestra amistad. En esta foto aparecemos seis chicas con amplias sonrisas en nuestras caras, pero además de en la cara se perciben sonrisas en el alma. Habíamos vivido un viaje muy bonito en comunidad, ese día habíamos madrugado muchísimo para realizar el vía crucis por las calles de Jerusalén, y al salir del Santo Sepulcro, sin planear ni posar, nos hicieron la foto. Fue bautizada como “la foto de las sonrisas”. Mirando hacia atrás, y mirando a un futuro sin ella, pienso que hay que cuidar el gran regalo del presente, guardando esos momentos que son “sonrisas en el alma”, porque si las lágrimas limpian el alma, las sonrisas son lo que le permiten respirar y seguir hacia delante.
María José Alfaro Medina
Licencida en teología