+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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22 de noviembre de 2014

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos amigos:

Las semanas anteriores os hablé de la vocación, de la necesaria apertura del oído a la Palabra y de la no menos necesaria apertura de los ojos a la realidad. Hoy hablamos de la misión. Toda vocación es siempre para una misión.

Deberíamos de reflexionar y orar muchas veces sobre aquellas palabras con que Jesús, de la mano del profeta Isaías, hizo su presentación en la sinagoga de Nazaret al comienzo mismo de su vida pública: “El Espíritu del Señor está sobre mí; Él me ha ungido y me ha enviado….”. Esas admirables palabras se cumplen también en vosotros.  

El peor enemigo de la misión es el miedo. En los pueblos cuenta mucho el respetohumano, el qué dirán. Seguro que de alguno de vosotros también van a decir: Pero ¿quién es éste?, ¿dónde ha estudiado?, ¿quién se ha creído?Es lo mismo que dijeron de Jesús sus paisanos: “Pero ¿no es éste el hijo del carpintero, el de la María y el José?”. Y “hasta se escandalizaron de él”. Si Jesús hubiera hecho caso al qué dirán, humanamenteno hubiera pasado de ser un buen carpintero de Nazaret. No aceptéis esta coartada paralizante que, generalmente, viene o de los envidiosos o de los que “están muy ocupados en no hacer nada”, como san Pablo de algunos miembros de la comunidad de Tesalónica. Pasad de ello y sentíos libres.

En la misión vais a experimentar también las tentaciones propias del evangelizador, las mismas que experimentó Jesús a lo largo de su ministerio. Frente a la fuerza arrolladora de otros anuncios salvadores, es normal que os dé corte presentaros con la debilidad de la cruz y que vuestros destinatarios privilegiados sean precisamente los pobres. Seguro que alguna vez, al experimentar la impotencia, hasta os encontréis preguntándoos: “¿Y qué ventajas humanas me reporta meterme en estos tinglados? ¿Conduce a algo realmente eficaz mi acción, frente a los medios poderosos de este mundo y la influencia del ambiente?… ¿Por qué no interviene Dios con algún signo espectacular y convincente que nos facilite la tarea?”. Si repasáis las tentaciones de Jesús en el desierto, veréis cómo se parecen a las vuestras.

La lógica del Evangelio es bien distinta de la lógica del mundo. Y es normal que nos dé miedo el rechazo o el posible fracaso. “Voy a ir a ellos y no me escucharán”, decía también el bueno de Moisés.

Saberse enviado es mirar a quien os envía, fiarse de Él, saberse sólo su humilde mensajero. No somos nosotros los que salvamos. Sólo se nos pide que proclamemos lo que Dios ha hecho en nosotros; lo que ha hecho en la historia de tantos hombres y mujeres; lo que ha hecho, sobre todo, resucitando a Jesús; lo que Dios quiere hacer con el mundo y con los hombres de este tiempo.

La tarea no es fácil. No se llevan hoy los valores del Evangelio que vosotros proponéis. Hablad desde vuestra misma experiencia. Y tened la certeza de que aunque se pierda buena parte de la semilla, siempre habrá algún trozo de tierra buena dispuesto a dar el treinta, el sesenta o el ciento por uno. “Sin saber quién recoge,… ¡sembrad!”, decía la monja poetisa.