+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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18 de marzo de 2022
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]S[/fusion_dropcap].I. Catedral de Albacete, 19 de marzo de 2022
En medio de la Cuaresma en la que estamos inmersos, preparándonos para celebrar los misterios de nuestra salvación: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, celebramos hoy la Fiesta de San José y el Día del Seminario.
El Día del Seminario es ocasión para que demos gracias a Dios por las vocaciones a la vida sacerdotal existentes en la diócesis de Albacete, especialmente por los cuatro seminaristas que integran el Seminario. Es una ocasión también para que pidamos al dueño de la mies que siga enviando obreros a su mies, jóvenes que respondan a su llamada para ser un día sacerdotes de Jesucristo. Nuestra Iglesia de Albacete los necesita. Pidámoslo en nuestras oraciones, confiadamente, y seremos escuchados. “Pedid y se os dará”, nos dice el Señor. Agradezcamos pues la vocación y misión que el Señor nos ha concedido: a la vida sacerdotal, consagrada, matrimonial, misionera y apostólica, y agradezcamos las vocaciones y misiones que descubrimos en los demás.
Contemplando la disponibilidad de san José para cumplir el plan de Dios, pidámosle por quienes ahora están formándose en el Seminario, para que se preparen para servir un día desde el ministerio sacerdotal al pueblo de Dios, siguiendo los pasos y las enseñanzas de Jesús. Pedimos la intercesión y ayuda de San José para que, como él, muchos jóvenes respondan generosamente a la llamada de Dios a servir en su Iglesia.
El evangelista san Mateo señala a San José como un «hombre justo» (Mt 1, 19). Y, ciertamente lo era, pues cumplía las leyes existentes. Sin embargo, la justicia de José consiste más bien en procurar ajustar su vida a la voluntad de Dios. Y esto implica el deseo de conocer esa voluntad y estar abierto a escuchar la voz de Dios, incluso en sueños.
La entrega y el cuidado de San José para con María y Jesús son un modelo para la vida y el ministerio del sacerdote, y también para los seminaristas, y para aquellos que están en proceso de discernimiento vocacional.
La vocación de San José, por decisión divina, comunicada en sueños por un ángel, lo llevó a ponerse al frente de la familia de Nazaret y a proteger tanto a María, su esposa, como a Jesús. Al aceptar la voluntad de Dios, la fe de María se encuentra y se refuerza con la fe de José (Redemptoris custos, n. 4). El hogar de Nazaret se va a convertir en un lugar o comunidad de vida y amor en la que Dios es el eje de su existir.
Los tres forman una familia que vive pendiente de la voluntad de Dios. En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a buscar y cumplir la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (Jn 4,34). “Mi alimento es cumplir la voluntad de mi Padre”, dirá Jesús.
En este ambiente familiar fue creciendo Jesús, y en un ambiente semejante es donde pueden surgir y crecer las vocaciones al sacerdocio. Hemos de fomentar la existencia de comunidades cristianas donde la confianza en Dios y la búsqueda de su voluntad impregnen nuestras actividades pastorales y celebraciones.
La comunidad cristiana parroquial, los grupos de jóvenes en las parroquias y en diversos movimientos apostólicos, y la familia cristiana, son lugares donde normalmente surgen vocaciones, donde se descubre la grandeza de la entrega generosa al servicio de la Evangelización, donde se escucha la Palabra de Dios y se aplica a la propia vida. El Seminario está llamado a ser también un hogar, como lo fue el de Nazaret, donde cada uno de los que lo conforman se van familiarizando con la tarea y misión que Dios les confiará en su Iglesia.
La vida de San José no fue fácil, pues tuvo que vivirla en numerosas ocasiones a la intemperie, afrontando las dificultades que le iban llegando. Primero tiene que dejar el hogar de Nazaret para viajar hasta Belén con motivo del censo mandado a realizar por el Emperador Augusto, y, en ese momento, se produce el nacimiento de Jesús. Después es el ángel el que le va indicando el camino a recorrer. La amenaza de Herodes, que quiere matar al niño, hace que tenga que huir con María y el niño Jesús a Egipto. Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció a José en sueños y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño”» (Mt 2,19-20). Sin embargo, a José, preocupado por el bien de Jesús y María, no le pareció que era aun suficientemente seguro el retorno a Israel. Cuando de nuevo el ángel del Señor le habló en sueños, la Sagrada Familia volvió a Galilea y a la aldea de Nazaret (Mt 2, 22-23). José busca en todo momento realizar la misión que Dios le ha encomendado: ser el custodio de Jesús y de María, su madre.
Pensando en las personas de los actuales cuatro seminaristas que tenemos en Albacete y en los que el Señor y la Santísima Virgen María nos puedan conceder próximamente, mientras seguimos celebrando el Año Jubilar Mariano de Nuestra Señora, la Virgen de Cortes, recordamos que toda vocación implica un servicio, y que éste se realiza por amor a Cristo y a su Iglesia, al servicio de la comunión y de la misión confiada a la Iglesia: la evangelización (FPM, n. 15).
El Seminario es una etapa necesaria y fructífera en la vida del futuro sacerdote, puesto que, en él, se aprende que la Iglesia, en su desvelo por cada uno de sus hijos, necesita de hombres dispuestos a servir y entregar su vida en todo tiempo y en cada circunstancia, a lavar los pies humildemente a los hermanos y a ser ungidos, para hacer presente a Cristo siervo y pastor, viviendo la vocación con fidelidad y pasión en la Iglesia y tal como la Iglesia lo necesita y espera ser servida.
Por ello, el Seminario supone un tiempo de despojamiento, de entrega generosa, no solo porque introduce en la dinámica del servicio, sino también de la renuncia a los propios planes y proyectos en aras a una entrega total y sin reservas a Jesucristo. El sacerdote debe «ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de celo divino (cf. 2 Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno» (PDV, n. 22). Jesucristo amó y se entregó a la muerte en la Cruz por su Iglesia, y los seminaristas y sacerdotes están llamados a actuar también del mismo modo.
El seminarista, lo mismo que el sacerdote, no debe servir a la Iglesia solo, individualmente, pues debe ser «una persona de comunión en una pastoral comunitaria, valorando y potenciando la aportación específica del laicado y de la vida consagrada, y aprendiendo a descubrir, discernir y promover los distintos carismas, ministerios e iniciativas evangelizadoras suscitados por el Espíritu en la Iglesia en orden a una fructífera colaboración» (FPM, n. 251).
Aunque en la Iglesia hay diversidad de carismas, y el Seminario es siempre ocasión de conocerlos y apreciarlos, todos están donados por el Espíritu Santo para su edificación y evangelización. La etapa del seminario sirve para comprender también que la diversidad no debe ser disgregación, sino cooperación al bien común.
Que San José acompañe la vocación de nuestros seminaristas y que ella esté marcada por el amor a Dios y el servicio humilde y generoso a los hermanos. Que Santa María, nuestra Madre del cielo, nos bendiga con nuevas vocaciones y ella modele sus corazones para sean sacerdotes según el corazón de su Hijo y Señor nuestro, Jesucristo.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete