Mons. D. Ángel Fernández Collado
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16 de octubre de 2021
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l pasado domingo día 10, el Papa Francisco celebraba en la Basílica Vaticana la Apertura del Sínodo de los Obispos y nos alentaba a todos a celebrarlo con pasión evangelizadora, con espíritu colegial y caminando juntos. Resaltaba también que hay que expresarse y caminar como una Iglesia sinodal, es decir, en comunión, participación y misión. Y añadía que “caminar juntos” es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero.
Un saludo afectuoso a todos los que esta tarde asistís a la Santa Misa en la Catedral de Albacete para abrir la “fase diocesana” del Sínodo de los Obispos. Este rito se ha realizado esta mañana en la mayoría de las parroquias de nuestra diócesis. Saludo especialmente a los Miembros del Consejo Diocesano de Pastoral, aquí presentes, llamados a organizar, facilitar y dar vida al Proceso Sinodal a nivel de la diócesis de Albacete.
Etimológicamente la palabra “Sínodo” expresa la idea de “caminar juntos”, de asamblea representativa que camina al unísono, como Iglesia, y buscando el bien de la misma. Hacer Sínodo significa caminar juntos en la misma dirección. El Papa san Juan Pablo II decía que el Sínodo es “una expresión particularmente fructuosa y un instrumento de la colegialidad”.
Hacer sínodo es caminar por el mismo camino que recorrió Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es seguir sus huellas, escuchando su Palabra junto a las palabras de los demás. Es descubrir con asombro que el Espíritu Santo siempre sopla de modo sorprendente, sugiriendo recorridos y lenguajes nuevos. Es un ejercicio lento, quizá fatigoso, para aprender a escucharnos mutuamente —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, todos, todos los bautizados— evitando respuestas artificiales o vacías de contenidos importantes. El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de sus desafíos y cambios. No insonoricemos el corazón, escuchémonos.
Todos nosotros, que comenzamos este camino, estamos llamados a ser expertos en el arte del encuentro y del diálogo. No se trata de organizar eventos o hacer una reflexión teórica de los problemas existentes, sino, ante todo, tomarnos tiempo para estar con el Señor y favorecer el encuentro entre nosotros. Se trata de un tiempo para dar espacio a la oración, a la adoración, esta oración que tantas veces descuidamos. Se trata de adorar, dar espacio a la adoración, a lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia; se trata de ver el rostro del otro y escuchar su palabra, de encontrarnos cara a cara, de dejarnos alcanzar por las preguntas de otros hermanos y hermanas nuestros, de ayudarnos para que la diversidad de los carismas, vocaciones y ministerios nos enriquezca a todos.
Todo encuentro -lo sabemos- requiere apertura, valentía, disponibilidad para dejarse interpelar por el otro y su historia. Todo cambia cuando somos capaces de encuentros auténticos con Jesucristo y entre nosotros, sin formalismos ni falsedades. También con los que encontramos en las cunetas de muchos caminos.
El Evangelio que hemos escuchado ilumina nuestra mente y llena nuestro corazón del amor de Dios para caminar sinodalmente, juntos, no con los criterios del mundo sino con los del Evangelio y el testimonio de la vida de Jesús.
Jesús experimentó desde el principio de su vida pública la incomprensión, el desconcierto de los apóstoles y discípulos ante sus palabras, milagros y actuaciones. A los discípulos les faltaba asimilación y comprensión de su doctrina. Los discípulos eran, como dirá Jesús, “lentos para entender”.
La petición que los apóstoles Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, hacen a Jesús: “concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”, choca frontalmente con su enseñanza. Por ello les dice: “No sabéis lo que pedís; ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”. Le contestaron: “Lo somos”. Entonces Jesús les dijo: “El cáliz que yo he de beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo tiene reservado mi Padre”. Los discípulos no entendieron las referencias de Jesús a su pasión y sus indicaciones sobre el servicio. Por eso añadirá: “El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea servidor de todos. El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Los apóstoles pensaban en un Mesías triunfante, dominador, afianzado en el poder y el prestigio. Y los demás discípulos, con brotes de envidia y enfado, se colocaban también a la misma altura, con afán de poder y dominio. Les costaba acoger en su corazón el deseo y el pensamiento de Jesús sobre el hecho de ser, sobre todo, servidores de los demás, como expresión de su amor por ellos.
¿Qué significa ser cristiano, obrar como Cristo y tener sus mismos sentimientos? Ser bautizado implica esencialmente morir y renacer, morir al pecado y vivir para Dios. Y, esto es ser discípulo de Cristo: compartir las vicisitudes de su muerte y resurrección; ser partícipes de su pasión, muerte y resurrección y llevar una vida de entrega y servicio a los demás
¿Cómo ser grande e importante en la vida cristiana, en el seguimiento e imitación de Jesucristo? ¿Cómo vivir y trabajar sinodalmente?
* Lo más importante en la vida cristiana es ser santos, perfectos en el amor, como Dios. Lo más importante en la vida cristiana no es tener éxito y estar socialmente por encima de los demás, sino en ser auténticos y saber crecer como personas, como hijos de Dios y hermanos.
* Jesús nos recuerda que hay otros caminos para encauzar nuestra vida y ser auténticamente grandes: aprender a servir desde una actitud de amor fraterno, pues los otros hijos de Dios son mis hermanos. Los que viven desde la generosidad, el servicio y el amor al prójimo son personas que irradian una autoridad única que nosotros llamamos santidad. Su vida es precisamente grande porque saben gastarla al servicio de los demás. El ejemplo lo tenemos en los santos.
* La vida del cristiano debe quedar marcada por el servicio y el amor, por la humildad, la alegría, la entrega, el amor a Dios y la búsqueda del bien en el prójimo. Amar y servir. Esta es la grandeza del cristiano. Jesús vino a servir y a amar a todos, a dar su vida por todos. Lo importante en nuestra vida cristiana es amar a Dios, servir a Jesucristo y, desde El a los demás, con la ayuda del Espíritu Santo.
*Preguntémonos, con sinceridad en este itinerario sinodal: ¿Cómo va “el oído” de nuestro corazón? ¿Escuchamos a Jesús y a los demás? ¿Cuáles son nuestros sentimientos como cristianos comprometidos?
¿Somos capaces de prescindir de nuestra mentalidad demasiado mundana, poco evangelizadora y sinodal y de afrontar la vida cristiana por el camino que ahora que ahora nos ofrece la Iglesia? ¿Qué hizo Jesús ante la tardanza de sus apóstoles a entenderle y cambiar de actitudes? Simplemente tuvo paciencia y escuchó todo el tiempo que fue necesario. Hagamos nosotros lo mismo con los que nos rodean o con nosotros mismos. Ellos, después de un tiempo, se sintieron acogidos, no juzgados y, sobre todo, perdonados y amados por Jesús
¡Buen camino sinodal, queridos hermanos y hermanas! Caminemos juntos, entusiasmados con Jesucristo y su Evangelio, abiertos a las sorpresas del Espíritu Santo. No perdamos ocasiones propicias para el encuentro, para la escucha recíproca y el discernimiento. Con la alegría de saber que, mientras buscamos al Señor, es Él quien viene primero a nuestro encuentro con su amor.
Que María, nuestra Madre, nos bendiga y proteja siempre con su intercesión, y prepare nuestros corazones para que sepamos ponernos en camino como Ella hizo para ayudar a su prima Isabel, para que sepamos acoger la inmensidad del amor misericordioso de Dios y alcanzar un día el reino de los cielos. Qué así sea.