Manuel de Diego Martín
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29 de abril de 2006
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Yo no puedo estar muy agradecido a los perros, pues dos veces me mordieron de mala manera. Una en África, otra en el desierto de Judea, en un campamento beduino, cerca de Jerusalén. Pero la culpa fue mía por meterme en donde no debía. Ellos no hacían más que defender su terreno.
Comento esto, porque hoy quiero pedir algo para ellos. Quiero pedir que no sean tratados por más tiempo como perros sino como personas. Siempre se dijo de ellos que son el amigo fiel del hombre El gran escritor Víctor Hugo, afirmó de que cuanto mas reflexionaba sobre la condición humana, mas cariño se le despertaba hacia su perro. Cuentan casos de que estos fieles animales han sido capaces de arriesgar su vida por salvar a sus amos, o que una vez muerto el amo, han preferido morir cuidando la sepultura, pues seguir viviendo sin el no merecía la pena. Hago esta petición apoyado en el proyecto de ley presentado estos días al Congreso pidiendo la equiparación de derechos de los monos con los de las personas.
Un filósofo progre de nuestro tiempo lanzó la idea llamada “Proyecto del gran Simio” que intenta crear una opinión de que puesto que los monos son nuestros ancestros, ¿por qué no deben ser igualados en derechos con los seres humanos, puesto que ellos también son de los nuestros?. Es decir que la carta de las naciones unidas valga también para la gran familia de los simios. Así pues la familia socialista haciéndose eco de estas elucubraciones antropológicas ha decidido poner manos a la obra, y que en España se amplíen los derechos también para estas criaturas. Ya sabemos que nuestros dirigentes de turno están en la línea de ampliar derechos y libertades todo lo que sea pensable, que al final, según ellos, acabará siendo posible.
Está claro que los que se hacen eco de este proyecto y lo quieren insertar en la legislación española, parten de una concepción materialista de la vida. Son seguidores del evolucionismo de Darwin, el más puro y duro. Esto se parece poco a la cosmovisión del mundo que ha cristalizado en Europa desde el pensamiento griego y el bíblico cristiano. Aunque el hombre proceda del mono, nunca podrá decirse que un mono es lo mismo que un hombre. El hombre es esencialmente diferente, porque en él hay un principio inteligente que no tienen los simios. Platón lo llamaba alma, y era la realidad determinante del ser humano, de tal manera que separaba demasiado la realidad personal de las realidades corporales. Aristóteles fue mas realista. El vio dentro de la realidad corporal, una energía intelectual capaz de conocer y formar conceptos universales. Llamó a esta energía “entendimiento agente”, alma intelectual. El mundo cristiano a esta energía la llamó alma espiritual, es decir, espíritu. Así pues se comprendía, que solamente el hombre, según los datos bíblicos, había sido creado a imagen y semejanza de Dios que es Espíritu. Desde esta filosofía griega y desde este pensamiento bíblico se ha ido formando toda la concepción del ser humano, como persona, único entre todos los seres que pueblan la tierra.
Así pues, aunque los monos hagan mil monerías, les falta algo muy importante, que es la chispa del espíritu, la capacidad de pensar y tener conceptos abstractos. Por tanto, no pueden ser iguales, los que por naturaleza son desiguales. Eso sí, todas las criaturas que pueblan la tierra son dignas igualmente de todo respeto. Pero dejemos a los monos como están y a los perros también. Y no neguemos nunca a los seres humanos, a todos, desde el embrión, hasta el anciano en el último tramo de su vida, la dignidad y derechos que todos tienen como personas.