Juan Iniesta Sáez
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23 de mayo de 2020
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Si un cristiano lo es realmente, si un discípulo seguidor de Cristo vive mínimamente su fe, no puede ser una persona parada y menos paralizada. Lo dice del modo más explícitoicario posible el evangelio de este domingo, el de la Ascensión del Señor, que “se va” pero se nos queda muy dentro y muy en medio de nosotros para ser desde dentro el que nos mueve (os daré mi Espíritu…) y desde ese “en medio”, el que hace de pegamento entre nosotros y nos une y da cohesión a nuestra misión como Iglesia. Tantas veces lo ha dicho el Papa Francisco… ¡Iglesia en salida! ¡¡Discípulos misioneros!! Y no es un invento del Papa, sino la última (y la primera) voluntad de Jesucristo, desde que llama a sus Apóstoles y desde que nos llamó a cada uno por el bautismo a participar de esa tarea de la Iglesia. Porque apóstol, con otras palabras, se dice misionero, se dice testigo enviado a compartir un tesoro que cuanto más se regala, más se posee.
Eso sí, uno no puede dar lo que no tiene, igual que no puede amar lo que no conoce. Por eso, la misión, el “id y haced discípulos” no puede ser sino un segundo momento en nuestra relación con Dios, del mismo modo que lo fue para los Apóstoles. El primer momento, que dura toda una vida pero que desde el primer momento en que se va haciendo realidad en nuestra existencia concreta nos mueve hacia fuera, al encuentro con quien carece de esa experiencia, ese primer momento es el del conocimiento en intimidad y en verdad del que es la Verdad, del que es más íntimo a mí que yo mismo, como diría San Agustín tan sencilla y hermosamente en sus Confesiones.
Por eso, ahí está el reto para toda una vida y para cada momento concreto de la misma: conocer y dejarse conocer, en verdad y sencillez, por el Dios vivo y Dios de la vida, el que nos pone en movimiento, que ni nos lastra ni nos paraliza (¡todo lo contrario!), para así, guiados de su mano, por su Espíritu, y en la comunión de la vida eclesial, hacer fructificar, con frutos de vida eterna, unas vidas llamadas a ser fecundas y marcadas por un toque de eternidad.