Antonio García Ramírez

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25 de agosto de 2024

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La mayoría no religiosa. Después del entusiasmo del comienzo del seguimiento de Cristo, llega la crisis. Es la hora del abandono de la multitud que no asimila ni acepta el mensaje evangélico. ¿Qué dice la gente de Dios? Un quita y pon. Una carga o un sepulcro. Los índices de increencia no dejan de subir en Europa. El desencanto del ser humano hacia lo divino es una de las notas que nos caracterizan como sociedad. El lenguaje de Jesús es inaceptable para cada vez más personas. Un gran desconocido para la masa uniforme de nuestras sociedades. Como en aquella montaña de Galilea muchos se echan atrás. Se van para no volver. Hemos dejado de ser su sistema de referencia, su universo de significados para el sentido de la vida. Por más que nos duela, como le dolió a Jesús, el Evangelio no llega a ser Absoluto en absoluto.

Ser cristiano es una decisión. ¿También vosotros queréis marcharos? Y vosotros, ¿quién decís que yo? Preguntas personales que exigen respuestas personales. No nos podemos excusar con las corrientes y sensibilidades del mundo de hoy. Lo que determina nuestro cristianismo es nuestra determinada determinación. Nuestra decisión ante Dios. Aún con temores y dudas propias de nuestra carne, hemos de afirmar el Espíritu que habita en nosotros, y nos posibilita decir a Dios, Padre nuestro. Mantener la mirada ante Jesús, realizar el coloquio más importante de nuestra vida… es necesario para que nuestra fidelidad no se desvirtúe, como la sal que se vuelve sosa. Salir de la masa común y de la rutina para así confesar la fe. Fe que hace nuevas todas las cosas.

Señor, ¿a dónde vamos a acudir? Como san Pedro, reconocemos nuestra impotencia y el amor sincero a Cristo. No somos nada sin Él. Sin su amor todo es pérdida. Y es que al sentir la llamada del Maestro nuestro corazón late con más fuerza. Nada ni nadie puede separarnos de él. Después de la crisis, o, mejor dicho, en medio de ella, es cuando la fe ilumina con su luz el camino. La palabra de Cristo, no importa cual, es espíritu y vida. Soplo huracanado que revuelve la comodidad de quien se ha instalado en su propio egoísmo. La vida en el Espíritu debería ser como la respiración. Nuestros pulmones llevan oxígeno a través de la sangre a cada célula que nos compone. Inspiremos cada palabra de Cristo para que salgan nuestras buenas obras. Vivir según el Espíritu, dirá san Pablo. Todo es gracia, pues la vida no depende de nuestras aisladas fuerzas, sino de la mirada del Señor y de su honda pregunta sobre nuestra apuesta por Él. Amor con amor se paga. No permitas que nos separemos de ti, buen Jesús.