Juan Iniesta Sáez
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4 de diciembre de 2021
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Con la introducción que nos hace Lucas en el evangelio de este domingo, que nos recuerda mucho a la de la misa de Nochebuena, el evangelista nos recuerda la realidad más grande que preparamos en estos días de Adviento: el proyecto de salvación de Dios para la humanidad y para toda la creación, planteado desde la eternidad, se hace presente en el tiempo, en un tiempo concreto, que no se circunscribe únicamente a la Galilea de hace poco más o menos dos mil años; sino que quiere ser real y operante en la realidad concreta de cada uno en cada día. La “voz que clama en el desierto” no sólo pretendió llamar la atención de sus coetáneos hace dos milenios, sino que también viene a espabilar nuestros oídos y a remover nuestros corazones, a menudo tan necesitados de desierto (lugar del encuentro íntimo con Dios), en este siglo XXI.
Juan es el altavoz de Dios, a quien “vino la Palabra de Dios” y que la pregona, la grita, más si cabe con su peculiar estilo de vida que con su garganta. El tiempo de Adviento, tiempo entrañable porque nos prepara a la ternura de las fiestas de Navidad, es también tiempo de llamada a la conversión, tiempo de confrontar nuestro estilo de vida con la Palabra de Dios, tiempo de ver si le dejamos verdaderamente espacio al Señor para que venga a “rebolicarnos” la casa y a cambiarnos la vida, o si endulzamos con tanto turrón y mazapanes ese pesebre humilde que quiere Cristo que sean nuestros corazones, que los convertimos en un lugar anestesiado ante su llegada y en un altavoz desenchufado que no cumple con su misión de magnificar con su servicio la presencia de Dios en el mundo real y concreto de cada cual.
En este tiempo de Adviento, guiados de la mano del Bautista, una pregunta debe guiarnos al desierto de nuestra intimidad con Dios: ¿Estoy dispuesto a darle el lugar que merece, es más, el lugar que me pide? Porque si la respuesta es que sí, debo dar mi brazo a torcer, y permitir que lo escabroso de los rencores se allane por el perdón dado y recibido, que lo tortuoso de los senderos de la discordia se enderece por el compromiso con una real sinodalidad, en la que caminar junto a los míos, pero también junto a los demás, que lo hondo de los valles de la mediocridad se eleve, y los montes del orgullo se abajen, para vivir en la sencillez sin estridencias, sin disonancias, de ese altavoz que sólo pretende ser fiel a la Palabra recibida.
Juan Iniesta Sáez
Vicario Zona “La Sierra”