Pedro López García

|

2 de marzo de 2025

|

15

Visitas: 15

[tta_listen_btn]

Concluyendo el discurso en la llanura, el Señor da una serie de consejos a sus discípulos:  consejos para vivir de forma sana, para discernir correctamente y para fortalecer la comunión de los seguidores.

“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”. Todos necesitamos ser aconsejados y ayudados en tantos momentos de la vida, pero ¿a quién le pedimos orientación? ¿Dónde vamos a buscar un guía? ¿Qué palabras e imágenes nos alimentan para avanzar en la vida y para tomar decisiones importantes?

Muchas veces nos puede pasar que, en lo que es realmente decisivo, no acudimos al Señor sino a guías ciegos que nos halagan sin confrontarnos o nos alejan del Evangelio. Ir a Aquel que es la luz puede hacernos sufrir, porque no se conforma con mediocridades, mentiras y autoengaños; no nos justifica fácilmente y nos llama a convertirnos para que seamos realmente libres y dichosos.

“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?”. Todos sabemos que es más fácil ver los defectos del prójimo que darnos cuenta de los nuestros. Por eso el Señor nos invita a no precipitarnos y a no juzgar fácilmente al hermano. Es mejor hacer un buen examen de conciencia personal, confesarse bien y dejar todo lo demás a Dios.

Esto no significa que no deba haber corrección fraterna entre nosotros, pero siempre con discreción y amor. Siempre es mejor ayudar al otro a que se dé cuenta de la mota que hay en su ojo que decírselo a bocajarro.

“Cada árbol se conoce por sus frutos”. ¿Qué frutos hemos de dar? ¿Qué frutos son dignos de un discípulo de Cristo? Uno es la humildad que muestra el abandono de la arrogancia y de la autodivinización que nos corroe por dentro. Otro es la misericordia, por el que nos hacemos cargo de los pecadores y los pobres para que salgan de su situación. Y el más importante: la caridad, que nace de haber experimentado el amor de Dios en la propia vida y se difunde en la gratuidad y la generosidad hacia cualquier persona que encuentras en este mundo.

“De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Si nos hemos encontrado con Cristo Jesús, aún experimentado momentos de silencio y aridez; si vivimos de su Palabra y de sus Misterios, aun reconociendo que somos débiles y pecadores, viviremos un gozo interior que se manifestará en todo nuestro ser: rostro, obras y palabras.

En la Eucaristía comemos el Cuerpo entregado del Señor. Pidámosle, al hacerlo, el don del abajamiento, de la entrega, de la humildad, de la misericordia, de la caridad. Pidámosle el gozo de ser partícipes de Él y de su misterio pascual.