Manuel de Diego Martín

|

15 de marzo de 2008

|

4

Visitas: 4

El próximo jueves, Jueves Santo, es un día para reavivar en nuestras conciencias el amor fraterno. No debemos nunca bajar la guardia ante experiencias negativas que nos invitan a no preocuparnos por nadie, o que nos sugieran que la mejor política a seguir es que cada uno se las arregle como pueda.

Siempre sentí una tremenda pena hacia los transeúntes y las gentes sin techo. Tanto que cuando estaba en mi antigua parroquia, en Madrigueras, conseguí que en un local de la parroquia, preparásemos un pequeño albergue para transeúntes. No podía soportar la tensión de que teniendo una casa parroquial hermosa y grande, no tuviera más remedio que enviar a la gente que llamaba a mi puerta a dormir a los bancos del parque. Aunque alguna vez extrema, pecando de insensato e imprudente, albergué algún desconocido en mi casa.

Ahora vivo en Hellín donde no hay albergue para transeúntes. El reglamento es enviar a las gentes a los albergues de Albacete o Murcia, depende de la dirección que lleven si es que llevan alguna. Así pues a todo transeúnte que llega se le ofrece un bocadillo, un billete de transporte y carretera y manta. Esto no impide el hecho de que haya inquilinos en las obras, en los bancos de la estación, o donde cada uno pueda.

El último inquilino de los bancos de la Estación ha sido el “Tato”. Este hombre estaba asistido en la Residencia de Santa Ana de las Hermanitas de los ancianos desamparados. Cada sábado voy a comer a esta casa. Para mí el ir allá es una doble gozada; por una parte me alegro con la buenísima comida que las Hermanitas preparan para los ancianos. Por otra parte tengo una gran oportunidad de convivir y hacer amistad con los residentes que tanta compañía necesitan. Sábado que falto, falta que me ponen ¿Por qué no vino el sábado pasado? Es la pregunta obligada, así pues veo que me echan de menos. Muchas veces me digo a mí mismo, ¡qué suerte tienen estos ancianos con esta casa, tan limpia, tan espaciosa, tan alegre, con este ambiente de familia que las religiosas quieren dar y también el personal de servicio!

Entre los amigos del Asilo está el “Tato” Un viejo un poco gruñón, pero simpático y servicial. Allá lo ves recoger los platos, barrer el suelo, hacer los pequeños servicios que están en su mano. El pasado sábado me dicen que el “Tato” se ha escapado, que quiere vivir su vida libre. ¿Dónde? Pues por ahí por las obras lo han visto, Come, lo que le da la gente, pues él es simpático y la gente es buena con él. Ahora está sin casa, sin ducha, sin comida caliente. Pero prefiere esto. Tal vez, pronto, cuando vea las orejas al lobo, se le pasará la tontera y volverá al Asilo.

Ante hechos como este uno se pregunta ¿qué explicación tiene que uno que vive donde tiene todo, quiera vivir por ahí de cualquier manera?: Las Hermanas le siguen esperando, que recapacite y vuelva. A veces uno piensa que se ha ido, pues bien, que haga lo que quiera, pero la puerta de la Residencia debería cerrarse para él. No, esto no es así, esto no es el amor fraterno. El amor fraterno nos dice, que aunque tu hermano quiera vivir de cualquier manera, tú tienes que hacer todo lo posible para ayudarle a vivir como persona, a vivir con dignidad.