Antonio Abellán Navarro

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25 de febrero de 2006

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El hermano, ayudado por su hermano es como una ciudad amurallada, reza la Escritura Santa. Y no puede ser más cierto en el caso de los dos hermanos sacerdotes Saturnino y Antonio Sánchez Castaño. Unidos por los lazos de la sangre, unidos por la llamada divina al sacerdocio, unidos por la invitación del Maestro a seguirle de cerca, hasta el mismo patíbulo de la Cruz. Ambos, con su muerte, confesaron al Señor de la Vida.

Saturnino nació el 6 de enero de 1896 y Antonio el 3 de febrero de 1900, ambos en La Ñora (Murcia). Siendo joven, Saturnino ingresó en el seminario de San Fulgencio de Murcia. Tras la ordenación sacerdotal ejerció diversos cargos hasta ser nombrado capellán del Asilo de Ancianos de Hellín.

Influido por su hermano, también Antonio ingresará en el seminario de Murcia. Tras varios nombramientos, coincidió con Saturnino en Hellín, ejerciendo el cargo de rector de la Iglesia de San Roque.

En esta ciudad les sorprende el inicio de la guerra civil, siendo conscientes del peligro que corrían, asumiendo el riesgo de quedarse en Hellín, y animándose mutuamente. Cierto día D. Antonio habló de la confesión con su hermano, a lo que este respondió: no tardaremos mucho tiempo en confesar a Jesucristo. Será la noche que menos lo pensemos. La hermana que oyó esto, se entristeció, y trató de consolarla diciéndole: ¿Puede haber algo más hermoso apetecible que el martirio? Sin enfermedad y sin agonía se va uno derechito al cielo. Y, por otra parte, así cooperamos a la salvación de España que, como muchas veces te he dicho, no se regenerará sin no es lavada con sangre de mártires.

No tardaron mucho en cumplirse sus palabras, pues el día 25 de agosto de 1936, a las dos de la tarde, se presentó en el domicilio de los dos hermanos una patrulla de hombres armados, reclamando a Don Antonio. Don Saturnino, que estaba enfermo, declaró que su hermano no saldría de casa, si él no le acompañaba. Los milicianos no pusieron obstáculo alguno a que acompañara a su hermano. Los llevaron al Ayuntamiento, y allí los retuvieron hasta las dos de la madrugada del día siguiente. A esa hora los sacaron en un coche a la carretera de Peñas de San Pedro (Albacete). Y por ella caminaban, cuando al llegar al Olivar de Morote, Don Saturnino sufrió un colapso. Don Antonio suplicó a los milicianos que parasen el coche para que con el aire de la noche su hermano se recuperase. Al bajar, se percató que los milicianos comenzaban a preparar sus armas para disparar. No disparéis sobre mi hermano que el pobre ya no lo necesita, les dijo. Y mientras con su brazo derecho protegía la cabeza de Don Saturnino, dispararon sobre ambos, quedando tendidos por tierra, abrazados sus cuerpos, y acribillados a balazos. Era la madrugada del 26 de agosto de 1936.