+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
|
3 de marzo de 2022
|
199
Visitas: 199
El Bonillo, 04 de marzo de 2022
Un saludo cordial a todos queridos hermanos y hermanas en el Señor. Sr. Cura-Párroco, don Juan, sacerdotes concelebrantes, religiosos y religiosas, presidente, don Luis, y miembros de la Cofradía del Santísimo Cristo de los Milagros, dignísimas autoridades, feligreses de la parroquia de El Bonillo y los que habéis venido desde otras parroquias y lugares, cercanos y lejanos, devotos todos del Santísimo Cristo de Los Milagros.
La celebración de la Eucaristía de esta mañana y la procesión que realizaremos esta tarde esta tarde nos dan fuerza interior, la fuerza del Espíritu Santo en nosotros, para a celebrar con gran gozo y agradecimiento la fiesta del Santísimo Cristo de Los Milagros, el milagroso Cristo del Bonillo. Miramos su rostro y su imagen bendita y lo contemplamos unido íntima y totalmente a su Cruz. Una cruz que nos hace entender el amor inmenso que Dios Padre nos tiene a todos y a cada uno de nosotros hasta el punto de permitir que, para nuestra salvación, su Hijo Jesucristo, el Hijo de Dios, sufra el tormento de ser clavado en una cruz y morir en ella.
Hoy, inmersos ya en la Fiesta del Santísimo Cristo de Los Milagros, él mismo nos recuerda el amor de Dios nuestro Padre por cada uno de nosotros: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo a la muerte en la cruz”. Y nosotros le respondemos agradecidos con estas palabras de San Pablo: “Me amó y se entregó por mí”. Gracias, Dios mío, por tu amor y tu misericordia con nosotros. Qué entrañable, cercana y sugerente es esta advocación: Cristo de Los Milagros. Esta es la prueba palpable de su amor, la muerte en la Cruz. A la vez, es una llamada a nuestro corazón para que le amemos, nos identifiquemos con él, lo sigamos en su doctrina y ejemplo de vida y seamos buenos discípulos suyos.
La Cruz es un elemento siempre presente en su vida y, en consecuencia, en la vida de cada cristiano. No hay Cristo sin Cruz, ni cristiano sin la presencia amorosa y transformadora de la Cruz en su vida. San Mateo nos recuerda en su evangelio estas palabras de Jesús: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24). La cruz es el símbolo del cristiano porque es el lugar donde Cristo nos redimió y nos salvó de la muerte y del pecado.
La cruz es la gran escuela del amor y de la sabiduría de un Dios clavado en un madero y con la puerta de su corazón abierta a los nuestros para llenarlos de amor divino. La cruz es la clave para entender el Evangelio de Jesucristo. La cruz es aceptación de la voluntad de Dios, es inmolación, es entrega, es ofrenda, es paz, es respuesta de amor. “Tanto amó Dios al mundo que permitió que su Hijo, Jesucristo, el Hijo de Dios entregara su vida por nosotros en una cruz, redimiéndonos, salvándonos de la muerte y el pecado y ofreciéndonos una vida eterna con él en el Cielo, con los santos y con nuestros seres más queridos”. En la Cruz de Cristo es donde hemos conocido que Dios es amor, perdón, misericordia y salvación. Con todo, la experiencia que tenemos en el día a día, es que cuesta mucho aceptar la cruz, cargar con ella y más, cuando llega por sorpresa y sin esperarla.
Ante la imagen bendita del Santísimo Cristo de los Milagros, hacemos memoria y recordamos desde la fe quién es Jesucristo, para un cristiano:
– Es el Hijo de Dios, que se hace hombre por amor a los hombres y en obediencia a Dios-Padre.
– Es quien con su entrega y donación total, con su muerte en la cruz nos ha redimido y salvado para siempre.
– Es el que nos ha mostrado con su vida y sus enseñanzas el amor misericordioso de Dios.
– Es el que en su Persona divina nos ha hecho hermanos suyos e hijos de Dios; el que ha conseguido que podamos acercarnos a Dios con toda confianza y gozo y podamos llamarle: Padre.
– Es el que nos ha incorporado por la fe y el Bautismo a la Iglesia, la familia de los hijos de Dios.
– Es el que nos ha enseñado con su vida y su doctrina a amar a los demás y a descubrir en ellos a un hermano, a una hermana, a alguien creado y querido por Dios.
– Es el Hijo de Dios que nos llama a seguirle en la Iglesia y como miembros de la Iglesia por el camino de la santidad, de la pobreza, la humildad, la oración, el perdón, el servicio y la fraternidad.
– Es quien puede dar auténtico sentido a nuestra vocación, a nuestro estado de vida, a nuestro trabajo, a nuestras ilusiones, a nuestros sufrimientos, a nuestros sueños, a nuestra fe, a nuestra esperanza, a nuestro amor. Es decir, a toda nuestra vida.
¡Qué consuelo para nosotros saber que Cristo nos conoce y nos ama porque ha sufrido como nadie por nosotros muriendo en la cruz! ¡Qué consuelo tener junto a nosotros al Santísimo Cristo de los Milagros en nuestra vida de cada día! Qué alegría poder poner nuestra vida, nuestras vidas, nuestros seres más queridos y amigos, y personas enfermas o necesitadas, en sus manos misericordiosas y junto a su Cruz gloriosa.
La vida y la muerte de Cristo son una invitación a vivir nuestra vida cristiana y cotidiana con los mismos sentimientos de Jesucristo, el Señor, (Flp 2,5-11). Su humildad y su sencillez deben ser las virtudes básicas y esenciales de nuestra vida; su desnudez, despojándose de todo lo mundano; su transparencia, mostrando así la verdad; su serenidad, expresión de nuestra paz; su amor, expresión de nuestra entrega a los demás; su cruz, nuestro consuelo y nuestra esperanza.
En la Cruz Gloriosa está clavado Jesucristo, nuestro Señor, el Santísimo Cristo de los Milagros, el que vino al mundo como luz que disipa las tinieblas. El que cree en Jesucristo siente que se encuentra con fuerzas para cargar con la cruz de cada día, amar a Dios y al prójimo.
La Cruz de Cristo, del Santísimo Cristo de los Milagros, nos llama insistentemente a vivir de un modo nuevo y diferente la vida ordinaria, según el estilo de vida de Jesús y sus enseñanzas evangélicas. Renovemos hoy nuestro amor y nuestra fe en Jesucristo, a través del Santísimo Cristo de los Milagros. Afirmemos nuestra esperanza en Él, porque la Cruz es el pórtico por el que se accede a la Resurrección y a la vida eterna en el Cielo.
Que el Santísimo Cristo nos bendiga a todos con su amor y misericordia. Que bendiga a esta parroquia y la localidad de El Bonillo, a los que hemos llegado desde otros lugares y parroquias, a todos sus devotos, a los miembros de la Hermandad, a las autoridades y a todos los que acuden diariamente a encontrarse con él en su capilla, solicitando su ayuda y misericordia; a todos los enfermos e impedidos, a las familias cristianas, a los pobres y desamparados, a los que sufren el horror de la guerra y de la injusticia, y a los más necesitados de su misericordia y su perdón.
Que así sea.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete