+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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26 de mayo de 2018
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La palabra “misterio” nos echa para atrás; nos suena a cosa oculta, indescifrable, inalcanzable. Pero el misterio de la Trinidad no son verdades frías que hay que creer, es un misterio cálido que hay que vivir.
Es cierto que la Trinidad es un misterio. Si nos topamos con el misterio cuando nos acercamos a las cosas creadas, cuánto más cuando pretendemos acceder a la infinitud de Dios. El gran Hegel, partiendo de la afirmación de que no hay conciencia sin autoconciencia concluía que el verdadero espíritu es siempre trinitario. Tras una alta pirueta intelectual, concluía el filósofo que no hay dogma más racional que el de la Trinidad. El razonamiento puede resultar sugerente, pero deja el corazón frío.
Juan de la Cruz nos dice que Dios no es soledad, ni incomunicación, sino relación. Pretende expresarlo, no explicarlo, con el juego de palabras de sus versos admirables. «Tres personas y un amado /entre todos tres había / y un amor en todas ellas / y un amante las hacía; / y el amante es el amado / en que cada cual vivía;/ que el ser que los tres poseen / cada cual lo poseía /… porque un solo amor tres tienen / que su esencia se decía; / que el amor cuanto más uno / tanto más amor hacía…».
Los filósofos habían definido a Dios como causa primera, motor inmóvil, acto puro… A partir de la revelación del misterio trinitario pudo el evangelista Juan darnos la más sencilla y hermosa definición: “Dios es amor”.
El Dios que es amor ha tomado rostro visible en Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
Porque Dios es amor, se ha hecho cercanía redentora en su Hijo; se nos ha comunicado como gracia y vida nueva en el Espíritu. El Dios Trino y Uno nos levanta, nos abraza, nos hace hijos en el Hijo, nos introduce en su misma comunión de vida. La historia de la salvación es la historia del misterio trinitario desplegándose. Por eso, una de nuestras oraciones más bellas es aquélla que reza: ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!
La Trinidad no es un dogma para ser creído, sino para ser vivido. Hemos sido asociados a la familia divina. Por eso nuestra vida está marcada con el amor del Padre, con la gracia redentora del Hijo, con el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo. Y, por eso, empezamos cada Eucaristía deseándonos que la “la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos nosotros”.
La Trinidad es un misterio para contemplar, para sumergirse en él, para sentirse envuelto en el amor originario de Dios, donde todo amor verdadero encuentra su denominación de origen.
Seguramente tiene que ver mucho con lo anterior que hoy se celebre en toda la Iglesia la Jornada en favor de la vida contemplativa. Y la celebramos este año con un lema precioso, tomado de Santa Teresa: “Sólo quiero que le miréis a Él”. Es una invitación de la Santa, en este Año Jubilar Teresiano, a mantener vivo el ideal de la vida contemplativa.
La Jornada pro Orantibus es un día para orar, en justa correspondencia, por quienes dedican su vida a orar por nosotros; para dar a conocer la vocación específicamente contemplativa, tan actual y tan necesaria; para pedir a Dios que no falte en la Iglesia este rico patrimonio.
El silencio y la soledad del claustro están henchidos de una presencia sin igual. Hay instituciones eclesiales que han surgido para sanar los cuerpos; otras, para sanar la inteligencia mediante la enseñanza, o para promover la justicia y la solidaridad. Lo específico de la vida contemplativa es la alabanza filial y la intercesión ante el Padre, prolongando así el latido esponsal del corazón de la Iglesia esposa. Así también se contribuye a la transformación de este mundo.
Como he dicho otras veces, nuestros monasterios no son piezas de museo para dar lustre a nuestras viejas ciudades. El tañido de su campana al amanecer o cuando el día declina, nos recuerdan que ahí existe un laboratorio de oxígeno espiritual para que podamos respirar mejor quienes nos movemos en un mundo tan enrarecido. Los hombres tenemos productos, pero nos falta alma. Saciados de bienestar y consumismo, buscamos, a veces sin saberlo, lo que pueda llenar nuestro sediento corazón de paz, de felicidad, de transcendencia, de sentido.
Damos gracias a Dios por nuestros siete monasterios de vida contemplativa. Y pedimos al Señor que surjan vocaciones que prolonguen, de día y de noche, la oración de Jesús en el monte (VC.32). Ofrezcámosles hoy nuestra ayuda, nuestro amor y nuestra oración agradecida.