+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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25 de mayo de 2013

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La Iglesia celebra a lo largo del año diversas jornadas de oración y sensibilización. No deja de sorprender que se nos proponga una para orar en favor de quienes, por vocación y misión, dedican su vida a orar por los demás. La Jornada, que tiene denominación latina -“Pro orantibus”- se celebra todos los años en la solemnidad de la Santísima Trinidad.   

Los miembros dela vida contemplativa necesitan de nuestro cariño y nuestra ayuda; pero necesitan también de nuestra oración. La finura de espíritu sólo se logra a través de arduas y sutiles purificaciones. Toda ascensión es dura, supone luchas interiores profundas, superar dudas, aguantar el aparente silencio de Dios. Me contaban que el entonces cardenal Vergoglio, cuando vino a España para dirigir los Ejercicios Espirituales a los obispos, se hospedó en la casa de una comunidad de mujeres consagradas, que conjugaban la vida activa con una vida profundamente contemplativa. En un encuentro con el Cardenal, éste, con cierta gracia, pero muy enserio, les invitaba a la vigilancia: “Cuiden la comunidad, les decía, el Demonio envía a sus colaboradores a las discotecas y a otros lugares en que el trabajo se lo dan casi hecho, pero a comunidades como la de ustedes es él mismo el que viene”.

Hay quienes piensan que los contemplativos /as son gente rara, seria, solitaria, lejana, al abrigo de problemas y tentaciones. Pero la verdad es que son personas muy normales, hermanos con los hermanos, partícipes de nuestras luces y de nuestras oscuridades. Santa Teresa de Lisieux fue una santa que creció en un ambiente de seguridad religiosa, con una existencia tan integrada en la fe que ésta era como su propia vida; y, sin embrago, en los últimos días de su pasión, nos dejó escritas confesiones tan sorprendentes que sus hermanas de religión, escandalizadas, mitigaron sus expresiones: “Me importunan las ideas de los materialistas peores”; su entendimiento se vio acosado por todos los argumentos que pueden formularse en contra de la fe; se sentía “metida en el pellejo de los pecadores”. Los contemplativos también tienen que luchar batallas interiores. Son las que los purifican y confieren la mayor hondura y claridad.

Están aparentemente alejados/as del mundo, pero llevan al mundo en sus entrañas. Hay personas que están codo con codo y, sin embargo, sus almas están a distancias casi infinitas. Y viceversa, hay personas físicamente lejanas y, sin embargo, muy presentes, en una cercanía espiritual asombrosa. De estas últimas son las contemplativas: Se alejan para abrazar a todo el mundo, cultivan el silencio para escuchar mejor el rumor de Dios y los gritos de los hombres, buscan la soledad para llenarla de presencias, no son solitarios, sino solidarios. Todos necesitamos rumiar detenidamente las palabras de Jesús que escuchamos hoy en el Evangelio. “Muchas cosas me quedan por deciros. Cuando venga el Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad Plena… Todo lo que tiene el Padre es mío. Y el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará”. Las personas contemplativas han leído muy atentamente estas palabras y en ese empeño viven, intentando que el Espíritu se las deletree cada día en el corazón. Tratan de beber “en la interior bodega” del Espíritu todo lo que a Jesús le faltaba por decir, todo lo que a Jesús le había comunicado su Padre. Viven entroncados en el misterio cálido de la Santísima Trinidad, del Dios que porque es amor, es amante y es amado.

Saben dónde está la “fuente que mana y corre”. San Agustín lo explicaba asombrado de sí mismo: “Tú estabas, Señor, dentro de mí y yo estaba fuera de mí mismo y te buscaba fuera. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Tú me llamabas y, al fin, tu grito forzó mi sordera. ¡Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva! ¡Tarde te amé”.

El contemplativo contempla, mientras los demás miramos superficialmente. Somos muchos los que pretendemos hablar a los hombres de Dios; los contemplativos/as  hablan a Dios de los hombres. En un mundo tan contaminado material y espiritualmente, los contemplativos son laboratorios de oxígeno espiritual para sus hermanos los hombres.

Oremos “pro orantibus”. Para que no falten vocaciones a la vida contemplativa en nuestra Iglesia; para que, en su tarea, no se detenga nunca; para que no se dejen ganar por el hastío o el cansancio; para que no consientan con el mal pensamiento de pensar que sus vidas son inútiles o sin sentido. Los contemplativos ofrecen más pistas de futuro al mundo que todos los tecnócratas juntos.