+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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21 de mayo de 2016
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]ice un comentarista del Evangelio que el día de nuestro bautismo fuimos regalados con una declaración de amor. Quería decir que, por el bautismo, acogíamos el inmenso amor que Dios nos tiene y, a la vez, le prometíamos el nuestro. De esta declaración de amor nacieron dos entrañables vinculaciones. Una, a la Santísima Trinidad, ya que nos convertimos en «templos suyos». Y otra, al Cuerpo de Jesús, como lo dijo también san Pablo: «Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo». No vivimos, pues, en soledad. Actuamos «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu», y somos «miembros vivos del cuerpo de Cristo».
Ahora bien, en el cuerpo de Cristo «unos son apóstoles, otros, profetas, otros tienen el don de curar…». Pablo se extiende complacido en la enumeración de los carismas, para destacar su variedad. Pero, en un momento determinado, dice: «Los miembros que parecen más débiles, son los más necesarios. Y los que parecen despreciables, los apreciamos más». ¡Qué admirable! Quiera Dios que esto vaya siendo realidad en nuestra Iglesia de Albacete.
Entre los miembros que algunos pudieran subestimar o considerar inútiles están los contemplativos y contemplativas, cuya ocupación principal y primera es la oración. Sí, el hombre de hoy, tan productivo, tan activo y eficaz, tan metido en el ruido y el ajetreo, se resiste a admitir que unos hombres hechos y derechos, y unas mujeres con su rica personalidad en flor, se encierren en la soledad de un claustro, priven a la sociedad de su colaboración y talento, y allá se desgasten como lámparas inútiles.
Sigue diciendo el comentarista: “Pero, ¿qué es lo útil?, ¿qué es lo inútil? ¿Fueron inútiles los años de Jesús en Nazaret? ¿Son inútiles las flores que nos regala cada primavera? ¿Es inútil esa sonrisa que acabo de ver en el rostro de un niño? ¿Serán, por tanto, inútiles las vidas de estos hermanos o hermanas que, como flores de primavera, se abren a la Trinidad?”. T. Merton, el hondo y fino monje norteamericano, escribió: «Hemos sido llamados a preferir la gran inutilidad, la aparente improductividad de sentarnos a los pies de Jesús y escucharle. Estamos llamados a preferir esto a otra vida más productiva. Calladamente afirmamos que hay algo más importante que hacer cosas».
Seguro que recordamos la parábola del “tesoro escondido”. El hombre que lo encuentra «vende todo lo que tiene por comprar ese campo». ¿Hay algún tesoro más estimable que «el mismo Dios»? El contemplativo vive haciendo realidad aquello del salmo: «Tu rostro buscaré, Señor…». Y de ellos dice el Vaticano II: «Van buscando a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia y tienen un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo».
Hace unos años, un grupo de sacerdotes de la Diócesis, tras los trabajos de la Semana Santa, aprovechamos la semana de Pascua para hacer lo que llamamos “la ruta de los contemplativos”. En un monasterio del norte de Castilla, donde visitamos a una comunidad donde abundaban las religiosas jóvenes, pedí, al azar, a una de ellas que nos contara por qué estaba allí y que hacía antes. – “Trabajaba de ingeniera aeronáutica en Estados Unidos. Lo tenía todo…, o casi todo, pero arrastraba un vacío que no llenaba con nada. Vine a visitar a una amiga, y, en estas hermanas, que vivían en una absoluta pobreza, encontré lo que lo que buscaba”.
A estos hermanos y hermanas, que viven pobremente, ganando el pan con sus modestos trabajos, ningún problema de la Humanidad les resulta ajeno. Llevan los dolores y las alegrías del mundo en su corazón. Por eso, mientras nosotros, los que trabajamos en la vida activa, hablamos a los hombres «de Dios», ellos hablan a Dios «de los hombres». Desde la «soledad», que ellos han elegido, se hacen solidarios con esas otras «soledades», que nosotros acarreamos sin haberlas elegido.
En un mundo contaminado de egoísmo e insolidaridad, nuestros monasterios son laboratorios de oxígeno espiritual, que vivifica. A lo mejor nuestros monjes y monjas, desde su vida pobre, virginal y escondida, son capaces de ofrecer al mundo más pistas de futuro que todos los tecnócratas juntos.
Aunque la vocación de los contemplativos no busque directamente el apostolado, su «modo de vida» es apostolado y testimonio. Con su actitud pregonan que «Dios es más importante que todas las cosas». Su apertura al misterio de la Trinidad es una invitación a buscar, dentro de este mundo materialista, los valores eternos y espirituales.
Demos gracias a Dios por los contemplativos y contemplativas. Que nuestra gratitud a su entrega se traduzca en amor, ayuda y oración en esta Jornada “Pro Orantibus”.