Manuel de Diego Martín

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19 de julio de 2014

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El próximo viernes celebramos la festividad del Apóstol Santiago. Ya casi es un día más en nuestro calendario. Recuerdo cómo esperábamos esta fiesta cuando era muchacho. La razón era muy sencilla. En aquel tiempo trabajábamos en las faenas del campo, la siega, la trilla, todo el santo verano, también los domingos. Eso sí, en este día a las cuatro de la mañana tocaban las campanas, íbamos a misa y después a trabajar. Pero llegaba el día de Santiago, no había que madrugar, nos vestíamos de fiesta y ese día no se trabajaba.

¡Qué bueno era Santiago que nos traía un día de fiesta en medio del verano, no en vano era nuestro Patrón, patrón de España! Pero a Santiago tenemos que agradecerle otras muchas cosas. El trajo el evangelio, de la mano de la Virgen María, a nuestras tierras y tenemos el honor de que su cuerpo descansa entre nosotros. El ha sido el santo protector contra todas las invasiones. Dicen que en la batalla de Clavijo se apareció montado en un caballo blanco matando moros. Hoy no queremos recordarlo en esta figura, de algunos retablos o dinteles se ha quitado esto. Lo que no se puede olvidar es que los cristianos invocaban al Apóstol y sentían su protección y ayuda para entrar en combate y reconquistar sus tierras a los moros.

Y cuando en la Edad Moderna aparece el Protestantismo, cosa original es que al grito de “Santiago y cierra España” se consiguió que en la Península Ibérica no entrasen las doctrinas luteranas y de nuestras tierras surgieron los mejores teólogos para combatirlas en el Concilio de Trento. No se puede ignorar que la unidad de ser un solo pueblo con una sola fe se fue fraguando en España  bajo la mirada del Apóstol Santiago.

Han llegado estos tiempos nuevos y ya no sabemos qué va a quedar de España. Es verdad que el nuevo rey Felipe VI habla de que hará todo lo posible por conservar nuestra unidad en la diversidad. ¿Podrá conseguirlo? Recordamos esa célebre entrevista al Papa Francisco en la que el periodista Zinermann, entre otras cosas, le preguntaba por la unidad de España. El Papa quiso hacernos entender que un pueblo que haya sido anexionado a otro por la fuerza tiene su razón de ser la secesión, pero un pueblo que ha vivido en paz y en armonía durante siglos no tiene mucha razón de ser.

El evangelio es ante todo una fuerza que lleva la unidad a los pueblos; “que todos sean uno”, nos dejó Jesús como lo mejor de su testamento. Cuando los movimientos internacionales buscan la unidad de los pueblos, ¿tiene sentido el ir con el pie cambiado en la marcha de la historia? ¿No es ir a contrapelo si un día los catalanes, otro día los vascos, otro día otros, nos dicen que ellos no son España? Santiago, patrón de España, no lo permitas.