+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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31 de diciembre de 2016
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Queridos amigos:
1.- Ayer terminaba el año 2016: Buena oportunidad para dar gracias a Dios por tantas gracias recibidas: la vida, la salud, la familia, tantos encuentros con personas, tantas oportunidades, los pequeños milagros de cada día. Buena oportunidad también para pedir perdón por tantas deudas, errores, omisiones… Siempre estamos en deuda con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos.
Hoy, al iniciar el Año Nuevo, nos abrimos con esperanza al futuro. Muchas familias conserváis todavía fresco ese momento en que, nada más finalizar las doce campanadas que marcan el paso del año viejo al nuevo, os habéis deseado paz y felicidad. ¡Qué hermoso vivir y gozar de la vida como don de Dios, llenando de sentido cada día, conscientes de por qué y para qué vivimos! Es hoy un día oportuno para asumir el compromiso de acoger cada amanecer como una invitación al amor, en solidaridad activa con las esperanzas de nuestros hermanos los hombres. Hagamos de la nuestra una vida de utilidad pública, pues los que nos rodean tienen derecho a esperar algo nuevo de cada uno de nosotros. El año nuevo es una página en blanco que cada uno tiene que escribir.
2.- Iniciamos el año con la mejor compañía, de las manos maternales de Santa María Madre de Dios. El día de Navidad celebrábamos el nacimiento del Hijo de Dios. Hoy volvemos con los pastores a Belén. Con ellos compartimos admiración y alegría. La liturgia nos pone en primer plano a María. Gracias a ella fue posible la Navidad.
Fiesta de Santa María, Madre de Dios: Es el título dogmático más antiguo e importante de la Virgen, definido como tal en el año 431 en el Concilio de Éfeso. Es el fundamento de toda la grandeza de María y el principio de la mariología. El pueblo cristiano, en una de las oraciones más antiguas, anterior incluso al concilio de Éfeso, ya rezaba “bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios”.
Pero ¿no es una desmesura llamar a María Madre de Dios? María dio a Jesús la humanidad, no la divinidad, pero se la puede llamar Madre de Dios porque, en Jesús, humanidad y divinidad forman un solo yo. Dirá san Cirilo de Alejandría, el gran paladín de este dogma: “No nació primero un hombre de la Sma. Virgen, y luego, más tarde, descendió sobre él el Verbo de Dios; sino que el Hijo de Dios unido desde el seno materno a la humanidad, se sometió a nacimiento carnal. De esta manera, no hay inconveniente en llamar madre de Dios a la Sma. Virgen” (carta a Nestorio).
La fiesta que estamos celebrando debe acrecentar nuestro amor y gratitud a María. A través de ella Dios se hizo hombre, se puso a nuestra altura, para que los hombres pudiéramos ser hijos de Dios. Ella es la nueva Eva, madre de la nueva humanidad. Nunca le agradeceremos suficientemente su favor.
Y al decir Madre nos obligamos a imaginarla realizando todo lo que han hecho durante siglos quienes han sido madres: derrochar de manera incansable, de día y de noche, toneladas de generosidad. No podíamos empezar el Año Nuevo bajo mejor amparo, con mejor valedora, ni mejor compañía.
3.- En este primer día del año civil celebra la iglesia la Jornada Mundial de la Paz. La paz, además de ser una aspiración del corazón, es un don de la Navidad. Isaías anunciaba al futuro Mesías como Príncipe del Paz. Y en la Nochebuena escuchábamos el canto de los ángeles: “Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”.
Tenemos muy vivas las consecuencias de la violencia, que, como dice el papa Francisco, ha provocado y provoca un enorme sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y víctimas de la trata; devastación del medio ambiente. Nos invita el Papa cuidar nuestro interior, porque ahí se gestan la violencia y las guerras, a cuidar la paz y a educar para la paz en la familia. A todos nos insta a practicar la no violencia activa, que, promovida por hombres y mujeres de paz, ha dado tan admirables frutos en el pasado siglo.
A Nuestra Señora de los Llanos confiamos hoy el año nuevo. A ella confío con humilde súplica nuestra Diócesis y a todos los ciudadanos de Albacete.
Con afecto fraterno, de todo corazón, felicito a todos el Año Nuevo con la fórmula con que era bendecido, al comienzo de cada año, el pueblo de Israel:
“Que el Señor os bendiga y os proteja, ilumine su rostro sobre vosotros y os conceda su favor. El Señor se fije en vosotros y os conceda la paz”.