+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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31 de diciembre de 2011

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]uchos conservaréis todavía fresco ese momento en que, nada más finalizar las doce campanadas que marcan el paso del año viejo al año nuevo, os habéis deseado paz y felicidad. Son deseos que en estos días están en boca de todos, pronunciados en todos los idiomas y en todos los pueblos acogidos a nuestro calendario.            

Con afecto fraterno, de todo corazón, yo también os felicito el Año Nuevo. Lo hago usando la misma fórmula con que era bendecido, al comienzo de cada año, el pueblo de Israel: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz».

Necesitamos aprender a gozar de la vida como don de Dios, saber por qué y para qué vivimos, llenar de sentido cada día y cada hora. El paso inexorable del tiempo se encarga de añadir años a la vida, a nosotros nos corresponde añadir Vida a los años.

No sabemos qué nos deparará el Año Nuevo recién estrenado: ¿felicidad o infelicidad, salud o enfermedad, paz o conflictos? Enero en latín es Januarius, que significa literalmente «portero», por ser el mes que abre la puerta a los demás meses del calendario. Recibe su nombre del dios Jano, una de las más antiguas divinidades romanas, a la que estaba consagrado el primero de los meses. La imagen mitológica era representada por un personaje con dos caras: una sombría, mirando hacia el pasado; otra, sonriente, mirando hacia el futuro. Pero parece que la imagen podía girar. Como puede cambiar también nuestro futuro, que siempre es misterioso, dependiente de las circunstancias y avatares históricos, de las decisiones y de la responsabilidad humana, de Dios.

Con la ayuda de Dios podemos y debemos orientar ese futuro. De nosotros depende en buena aparte que el año que acabamos de iniciar nos deje algo más que una nueva arruga en la frente o unas canas más en el pelo, que sea luminoso desde ahora. Por eso es importante escuchar la recomendación de Jesús, tantas veces repetida en el Evangelio: “estad vigilantes”. Estar en vela para que, en nuestra sociedad globalizada y manipuladora, no permitamos que la vida nos la vivan desde fuera, para que orientemos el paso del tiempo de manera activa y responsable. Podemos y debemos acoger el amanecer de cada día como una invitación al amor, en solidaridad activa con la espera y esperanzas de nuestros hermanos los hombres. Debemos hacer de la nuestra una vida de utilidad pública, pues los que nos rodean tienen derecho a esperar algo nuevo de cada uno de nosotros.

Los cristianos comenzamos el Año Nuevo acogiéndonos a la solicitud maternal de Santa María, Madre de Dios. A Ella esta dedicado el primer día del año. No hay mejor compañía, ni mejor mano para hacer el camino. Y lo hacemos bajo el signo y el empeño de la Paz. El día primero de Enero celebramos también la Jornada por la Paz.

Ya Pablo VI, promotor de esta jornada expresaba en 1968 el “deseo de que, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura”. Desde entonces los mensajes anuales de los Pontífices sucesivos han logrado una síntesis doctrinal tan rica sobre la paz que constituye seguramente el glosario más certero y exigente para toda persona sensible al porvenir de la humanidad

Pero la paz no se construye sólo silenciando las armas, si los corazones permanecen en guerra. La paz se construye desde dentro, curando cualquier herida que nos convierta en enemigos. La paz es un don de Dios que resplandece cuando el amor que Dios sembró en nosotros vence en cada corazón. Necesitamos ser educados para la Paz.

“Educar a los jóvenes en la justicia y la paz” es precisamente el título del Mensaje de Benedicto XVI para este año. “El año que termina -dice el Papa- ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día … En esta oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora de la que habla el salmista. Se percibe de manera especialmente viva y visible en los jóvenes, y por esa razón me dirijo a ellos teniendo en cuenta la aportación que pueden y deben ofrecer a la sociedad.

“Queridos jóvenes-dice el Papa- , vosotros sois un don precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante a las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas… No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo”.

En las manos maternales de Santa María Madre de Dios y Madre nuestra ponemos el Año Nuevo. Ella es la señal más luminosa para iniciar el camino. Que ella, como buena Madre, acompañe el caminar de nuestra Diócesis y de cada uno de nosotros durante el nuevo año. ¡Que sea año de Paz para todos!