+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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28 de junio de 2008

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Pedro, roca; Pablo espada. / Pedro la red en las manos; / Pablo, tajante palabra. / Pedro llaves; Pablo andanzas. / Y un trotar por los caminos/ con cansancio en las pisadas. / Cristo tras los dos andaba: / A uno lo tumbó en Damasco, / y al otro lo hirió con lágrimas. / Roma se vistió de gracia: / crucificada la roca, / y la espada muerta a espada. (Himno de la Liturgia de las Horas).

Pedro y Pablo, dos hombres con caracteres e historias tan distintas, pero a los que la gracia de Dios convirtió en pilares del mismo edificio.

Tras la arrogancia de Pedro -“aunque éstos te abandonen, yo no te dejaré; estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y la muerte”- se escondía una debilidad capaz de negar reiteradamente al Maestro a la vuelta de página, “antes del canto del gallo”. La mirada de Cristo y su perdón pascual le hicieron descubrir que la fortaleza para confirmar a los hermanos no vendría de las propias fuerzas, sino de la gracia de Dios hecha confianza y llamada nueva.

La intransigencia empujó a Pablo a perseguir a sangre y fuego a quienes, según él, habían traicionado la Ley de sus antepasados. Tras su encuentro con Cristo como luz y llamada sería capaz de hacerse «todo para todos», incluso «gentil con los gentiles», con tal de anunciarlos la sorprendente novedad del Evangelio. Educado en el más riguroso judaísmo, Pablo haría el milagro de trasvasar la fe cristiana, engendrada en la matriz cultural hebrea, a los moldes de la cultura helenística. Pablo casa admirablemente experiencia mística y dinamismo apostólico. Nadie, ni nada -hambre, sed, azotes, naufragios, persecuciones, incomprensiones o cárceles- le harían desistir de su misión.

El Papa Benedicto XVI anunció, el año pasado, un año jubilar especial dedicado a San Pablo, que se abrirá precisamente hoy, fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo, para concluir en la misma fecha del próximo año. Quiere el Papa que se conmemore, como merece, el bimilenario del nacimiento del Apóstol, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 de nuestra era.

San Pablo conoció a Cristo en su plenitud de resucitado. Ardió en la doble llama de una misma lumbre: Amor apasionado e incondicional al Señor y amor a los hombres de cualquier pueblo. De haber vivido hoy multiplicaría su palabra con el mismo ardor y con todos los medios modernos a su alcance. El año paulino será una buena ocasión para meditar sus cartas, conocer sus correrías, sentirnos alentados con el vigor de la pasión evangelizadora que quemaba sus entrañas, ser fortalecidos con el testimonio de su vida.

Pedro y Pablo, tan distintos y tan semejantes a la hora de la verdad, sellaron con su sangre la fidelidad a su misión.

La Iglesia de Roma, de la que fue obispo Pedro, el Apóstol que recibió el encargo de “confirmar a sus hermanos en la fe”, goza de de una “vigorosa primacía” (San Ireneo) y confiere a su Pastor, obispo con los demás obispos, una singular responsabilidad sobre el colegio episcopal y en favor de la comunión de las demás Iglesias, a las que “preside en la caridad” (san Ignacio de Antioquia). El martirio de Pedro y Pablo y el de tantos testigos que rubricaron con su sangre la fidelidad a Jesucristo hicieron que la Iglesia de Roma quedara marcada en su suelo, en sus piedras y en su historia con el más pujante testimonio de apostolicidad.

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La piedra es la fe confesada por Pedro cuando proclamó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. La piedra es Cristo mismo. Sólo apoyado en su fuerza y en su palabra Pedro es también piedra.

La fe que nos identifica como cristianos y miembros de la Iglesia no nos ha llegado por azar. Ha nacido y crecido gracias a los Apóstoles. Es la misma fe apostólica, garantizada por éstos y asegurada por el ministerio de sus sucesores, el Papa y los Obispos.

Pedro fue hasta ayer el gran Papa Juan Pablo II. Hoy Pedro se llama Benedicto XVI, el Papa de inteligencia clara, de humildad exquisita, de amor apasionado a la Iglesia y al mundo.

A la vez que os invito a los diocesanos a repasar y meditar las Cartas de San Pablo a lo largo del año, os invito a orar hoy, de manera especial, por el Papa Benedicto XVI y a renovar cordialmente nuestra comunión con la Sede Apostólica. Con el llamado “óbolo de San Pedro” contribuiremos a que quien nos preside en la caridad siga siendo cauce de ayuda a las Iglesias más necesitadas…