+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
23 de junio de 2018
|
147
Visitas: 147
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]elebramos, coincidiendo este año con el Domingo XII del Tiempo Ordinario, la fiesta de San Juan Bautista, patrono de nuestra Ciudad y titular de nuestra Iglesia catedral y parroquia de san Juan Bautista.
La Iglesia, que celebra siempre la fiesta de los santos coincidiendo con el día de su muerte, como día de su nacimiento a la vida gloriosa, hace una excepción con San Juan Bautista, cuya fiesta principal es la de su natividad, seis meses antes del nacimiento de Jesús.
“¿Qué va a ser de este niño?”, se preguntaban sus paisanos. Es la pregunta que todos se hacen cuando un ser humano viene a este mundo. El encuentro de Maria con su prima Isabel, en cuyas entrañas salta de gozo el niño ante tal encuentro y la imposición del nombre nos ayuda a descubrir que, en Juan, como en todo ser humano, se esconde no un proyecto ciego de la naturaleza, sino un proyecto amoroso de Dios. Su nombre significa “Don de Dios” o “Dios hace gracia”. A la luz de la fe toda vida humana es sagrada, está dotada de una admirable dignidad y sentido. Por eso nos duele tanto la falta de respeto a la vida, a toda vida humana, desde el seno materno, nuestra primera cuna, hasta su fin natural, ojalá rodeada del cariño y solicitud de su familia.
Juan se sitúa en el desierto, ese lugar donde, por no haber distracciones, el hombre se ve obligado a concentrarse en lo esencial. Aparece vestido con una piel de camello, ceñida con un cinturón de cuero, alimentándose de saltamontes y de miel silvestre.
La misión de Juan es la de preparar el camino a Jesús. No es una labor insignificante. Las personas más importantes de nuestras vidas son aquellas que, calladamente, sin protagonismos, nos han ido ayudando en nuestro crecimiento como personas o como creyentes: nuestros padres, nuestros maestros, nuestros catequistas… ¡Qué misión tan hermosa la de ayudar a otros a descubrir la verdad del hombre, la inmensidad de la bondad de Dios! Eso fue Juan el Bautista, un allanador de caminos, un alumbrador de esperanza, el que abre la puerta al Nuevo Testamento para anunciar la novedad de Cristo.
La grandeza de Juan Bautista fue que supo desaparecer para que brillase, más tarde, el que era la Luz. Fue como ese cirio de cera que, para iluminar, se desgasta hasta desaparecer.
La fiesta de San Juan Bautista es luz para nuestra Misión Diocesana y para la que cada uno de cristianos ha de realizar en nuestra Iglesia. Que Él nos ayude a vivir aquella austeridad que nos permita compartir los dones de la creación y de la redención, a ser audaces para indicar a los demás al Cordero que quita el pecado del mundo, a ser misericordiosos con los que buscan a Dios con corazón sincero y a ser coherentes y fieles allí donde se pretenda manipular la verdad del Evangelio o rebajar las exigencias de la vida cristiana.
Necesitamos profetas que nos recuerden aquello de allanar los senderos y rebajar las diferencias. ¡Son tantas las colinas que tenemos en el corazón y las que elevamos en nuestro mundo!
Tiene, Juan Bautista, la madera y la fortaleza de un mártir. Comprendió que, señalar a un Mesías humilde, rompedor de esquemas, anunciador de una liberación plena, le traería consecuencias trágicas para su misma vida. Denunció con palabra libre la injusticia, aunque ésta se albergara en el palacio de Herodes. Acabaría rubricando su fidelidad con sangre martirial en medio de la frivolidad y el delirio de una fiesta. ¡Qué bien lo expresa un himno de la Liturgia de las Horas!
“Desde el vientre escogido/ fuiste tú el pregonero, / para anunciar al mundo/ la presencia del Verbo. / El desierto encendido / fue tu ardiente maestro, / para allanar montañas/ y encender los senderos…/ No fuiste, Juan, la caña/ tronchada por el viento;/ sí la palabra ardiente, tu palabra de acero/. Sacudiste el azote / ante el poder soberbio;/ y, ante el Sol que nacía/ se apagó tu lucero. / Por fin, en un banquete / y en el placer de un ebrio/ el vino de tu sangre/ santificó el desierto/”.
Que san Juan bendiga a nuestra ciudad y a todos sus habitantes. Que bendiga a nuestras asociaciones de vecinos, tan presentes en la fiesta de San Juan, que dedican generosamente parte de su tiempo a incrementar la participación ciudadana, al fortalecimiento y vertebración de la sociedad civil, a afianzar los lazos en nuestras barriadas, a garantizar con su compromiso la libertad y derechos de sus conciudadanos.
¡Felices fiestas de san Juan Bautista para todos!