Manuel de Diego Martín
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8 de octubre de 2011
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Hablar de las Bienaventuranzas fue siempre una tarea muy difícil ya que éstas van, normalmente, muy a contra pelo de todo aquello que la gente siente y quiere. El filósofo Nietzsche decía que esta página evangélica era lo más pestilente que se había escrito ya que iba contra el ser del hombre, dado que le negaba su afán de tener, de poder y de gozar.
La verdad es que en estos tiempos en que la crisis económica arrecia, cuando hay tantos empobrecidos, resulta un poco difícil decir eso de que bienaventurados los pobres. Por otra parte cuando hay tantos que en esta hora se están aprovechando para ponerse salarios, rentas o jubilaciones millonarias hablar de las bienaventuranzas suena un poco a sarcasmo.
El martes pasado celebrábamos la fiesta de S. Francisco de Asís. Este era un joven de la Edad Media guapo, rico y resultón, aunque en estas cosas no le ganase a Cristiano Ronaldo. Pero la gracia de Dios le tocó un día y decidió ser el más pobre del mundo. Lo suyo era no tener nada. Para demostrarlo en un gesto llamativo, en medio de la plaza, le entregó a sus padre la ropa que vestía hasta quedarse en cueros, para decirle: que no, padre, que no quiero nada de ti, pues sólo quiero vivir pobre delante de nuestro Padre Dios. De esta manera vivió pobre y murió en la pobreza total.
¡Qué obra más gigantesca nos ha dejado S. Francisco a favor de la humanidad a través de todos los que le han seguido a lo largo de los siglos. Con su testimonio de pobreza y con su predicación condensada en el “paz y bien”, ¡cuánto ha hecho este santo para ayudar a los pueblos a vivir en fraternidad!
Si los santos, nos dice el Papa Benedicto, son la mejor exégesis de la Palabra de Dios, podemos decir que S. Francisco ha sido la explicación más viva, más comprensible y convincente de la página de las Bienaventuranzas. Esta página sigue siendo válida para crear futuro en la humanidad. Frente a un mundo materialista, individualista, egoísta hasta lo indecible y volcado en el hedonismo más deshumanizante, Francisco nos grita que otra vida es posible. Otra vida inspirada en las bienaventuranzas y que la historia de ocho siglos nos confirma ser mucho mejor.