Manuel de Diego Martín

|

24 de octubre de 2015

|

26

Visitas: 26

En la historia de los pueblos hay personajes que se han distinguido con el calificativo de “grandes”, que la misma conciencia colectiva de las gentes acuñaba para ellos. Ahí tenemos a Alejandro el Magno, S. León Magno, S. Gregorio Magno, el Gran capitán, Napoleón el Grande… Pues bien, en nuestro tiempo al Papa Juan Pablo se le dio este cariñoso título, que resonó especialmente en sus funerales.

El jueves pasado, 22 de octubre, se celebró la fiesta litúrgica de este santo. Sentí una cierta emoción al celebrar la Eucaristía en su recuerdo ya que era la primera vez que lo hacía. Fue un día muy hermoso para dar gracias a Dios por la existencia de este gran santo que tanto bien ha hecho a la Iglesia y a la Humanidad.

Podemos decir que él fue el artífice de la caída del muro de Berlín, provocó el deshielo del bloque comunista y llegaron las nuevas libertades. Así nacía la nueva Europa. También él tuvo la feliz idea de poner en nuestras manos el Catecismo de la Iglesia Católica que recogía todo el espíritu del Vaticano II y nos hacía entender cuál debe ser nuestra fe verdadera. De Igual manera ofreció el nuevo Código de Derecho Canónico. Los Encuentros Mundiales de la Juventud, así como los de las Familias nacieron con él.

Muchos recordamos las palabras que en el momento de ser presentado como Papa nos dijo: “No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”. El mismo, siendo padre en el Concilio, hizo aquella célebre aportación en la “Gaudium et Spes” que el misterio del hombre sólo se aclara desde la luz de Jesucristo. Y este ha sido su programa hacer que los hombres puedan entender su vida desde la luz del Verbo Encarnado.

Entre sus catorce encíclicas él escribió aquella de “Dives in Misericordia” donde nos hace ver toda la inmensa misericordia de Dios Padre hacia el hombre y que tanto puede ayudarnos para vivir el Año de la Misericordia que pronto vamos a inaugurar.

Él nos recordó aquello de que Europa no debía perder sus raíces cristianas. El defendió la libertad religiosa con todo tesón y nos hizo ver que la ideología atea, el ateísmo puro y duro no podía ser un rodillo que aplastara las conciencias con estructuras políticas esclavizantes. El defendió la vida, la vida desde que comienza hasta su final natural. Él nos habló de que teníamos que superar la “cultura de la muerte” para llegar a ser la “civilización del amor”

El fomentó el ecumenismo entre los diversos credos. Ahí están los encuentros de Asís. Él fue amante de la Virgen María, en su lema “Totus tuus”. Él tenía conciencia de que la Virgen le había salvado del atentado mortal y de la mano de María se acercó hasta la cárcel para dar un abrazo de perdón y cariño al que quería asesinarle.

Hace diez años murió y caso único en la historia, tan pronto beatificado y canonizado, que ya celebramos su fiesta litúrgica para agradecer a Dios Padre la existencia de este gran santo.