+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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30 de abril de 2010
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«Os recuerdo ahora, hermanos, el evangelio que os prediqué, ese que aceptasteis, ese en que os mantenéis, ese que os está salvando… Que el Mesías murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día…». (l Co.l5,l-4)
Las palabras de San Pablo expresan muy bien la intención que me mueve a escribiros estas líneas con ocasión del l de Mayo, festividad de San José Obrero y Día Universal del Trabajo.
Lo hago en este tiempo de Pascua de Resurrección, cuando la Iglesia proclama que, aunque las fuerzas del mal quisieron eliminar a Jesús clavándolo en la cruz, Dios lo resucitó. Al resucitar a Jesús de entre los muertos, el Padre se ha proclamado como el Dios vivo que apuesta por la vida del hombre, de todos los hombres.
“Lo que todavía falta para una auténtica paz social”
Detrás del l de Mayo, día de San José Obrero y fiesta del Trabajo, hay una larga historia de miseria e injusticia, de luchas y aspiraciones; también, a veces, de violencia y de sangre. Cuando la Iglesia, a petición de amplios sectores del mundo laboral católico, hizo suya también esta celebración poniendo a los trabajadores bajo el patrocinio del bendito patriarca San José, invitaba a los cristianos a que este día fuera «un día de júbilo por el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familia del trabajo…; para que toda la sociedad tomara conciencia de lo que todavía falta para una auténtica paz social». (Pío XX, l Mayo, l.955)
Muchos han sido los logros que, desde hace más de un siglo, ha ido conquistando el mundo obrero a golpes de solidaridad. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer hasta alcanzar la «auténtica paz social», que es siempre el fruto maduro de la justicia.
El momento actual ha dejado al descubierto un modelo económico, de interdependencia planetaria, individualista e insolidario, cifrado en el puro crecimiento; un modelo que se ha preocupado del “tener” y no del “ser”, olvidando la responsabilidad social y colectiva. Ahí están sus efectos, sin olvidar los producidos en países en vías de desarrollo.
Las cifras estadísticas, a pesar de lo llamativo, no pueden hacernos olvidar que detrás hay personas, que experimentan la impotencia, la angustia y el sufrimiento.
La fiesta de San José Obrero, el día 1 de Mayo, ha de ser un momento de toma de conciencia de la situación y de sus causas (una crisis estructural, antropológica, social y hasta ecológica); de denuncia de “una lógica capitalista y economicista que subordina de manera explícita o escondida el trabajo a la ganancia” Juan Pablo II); de nuevos impulsos para promover, a todos los niveles, un sentido más vivo y eficaz de solidaridad y de fraternidad.
También el mundo rural
En torno a estas fechas, coincidiendo con la fiesta de San Isidro Labrador, en muchos lugares se celebra también la Jornada del Mundo Rural. Un mundo que viene arrastrando la incertidumbre ante el futuro, porque se hace cada vez más difícil vivir de la agricultura o la ganadería. ¿Es posible perdurar, cuando, según testimonio de los mismos agricultores, los precios de sus productos están como hace veinte años?
Los escasos jóvenes que quedan en el mundo rural viven la misma incertidumbre. La dependencia de las subvenciones, con la correspondiente picaresca que, a veces, genera, aunque palie la situación temporalmente, no contribuye a mirar con esperanza el futuro.
La despoblación rural, que ha obligado, entre otras cosas a recurrir al trasporte escolar a otros lugares, da lugar, pesar del buen hacer de los profesionales, a la insuficiencia de los servicios médicos, de centro de día, etc. Las mismas pensiones de los ancianos, aunque acostumbrados éstos a una vida austera y de privaciones puedan pensar que nunca se ha vivido como hoy, no les permiten superar el umbral de la pobreza.
Vemos con dolor cómo lentamente se extingue un mundo que ha atesorados valores humanos y cristianos tan importantes como el valor de la familia, la laboriosidad, el contacto con la naturaleza, el valorar a las personas por lo que son y no por la publicidad, el respeto a los mayores frente al desacato y la insolencia. Una cultura trasmitida en tradiciones vivas, ligada, en muchas ocasiones, a las fiestas de Cristo, de la Virgen o de los santos patronos.
Nos alegra que nuestra Iglesia siga presente tanto en el mundo laboral urbano como en el mundo rural promoviendo la dignidad de las personas, la solidaridad, la participación, y, sobre todo, alentando la fe, la esperanza y el amor que nacen del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Los movimientos apostólicos obreros y rurales, aunque escasos en número, y los numerosos laicos, hombres y mujeres comprometidos con el Evangelio, son una presencia rica esperanzadora.
Unido a los hombres y mujeres del mundo laboral y rural, encomiendo a San José y San Isidro sus “gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias” (G.S1), así como sus deseos de una sociedad cada día más justa y más fraterna.