Manuel de Diego Martín

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5 de abril de 2008

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A nadie le da mucho gusto que le pongan la etiqueta de “conservador”. Menos aún que le digan que es un “atrasado”.

Visitaba el otro día a una buena mujer que lleva mucho tiempo enferma y no sé cómo salió el tema de “Radio María”. Me decía que la oía todos los días; que le hacía mucho bien y mucha compañía; añadía que en esta emisora se aprendían cosas muy interesantes para poder conseguir una buena formación cristiana.

A su lado estaba un hijo, de unos veintitantos años, educado naturalmente en cristiano, pero como tantos jóvenes de hoy, pasaba de todo lo referente a fe y moral católicas. De la conversación intuía que es uno más de esos jóvenes que te dicen que con su vida cada uno hace lo que mejor le parezca y no hay más. De alguna manera veía en él un claro exponente de esos que viven a tope lo que hoy se llama individualismo, relativismo moral y hedonismo a ultranza, estas enfermedades del espíritu que caracterizan a nuestro mundo occidental.

Un poco, casi en plan de broma le pregunté. ¿Tú oyes “Radio María”? Y ante mi sorpresa me contesta que sí, que es viajante, que oye mucha radio y a veces esta emisora también se cuela.”¿Y qué te parece?” Me atrevo a preguntarle. Me contesta que le da alegría saber que hay muchísima gente más retrasada que él. ¡Vaya! De una manera muy fina, me dice que todos los que oímos y hacemos caso de lo que dice esta emisora somos unos pobres retrasados mentales.

No podemos ir en la vida tirando por la borda los principios morales, todas las tradiciones que recibimos de nuestros mayores para vivir una vida en continua progresía, que nos llevaría a quedarnos a la intemperie, en la incertidumbre total, sin saber quiénes somos ni a dónde vamos.

En la campaña electoral un ministro en un mitin decía ante un público enardecido: “Queremos la vida en alegría, una vida en colores, esto es lo que queremos…”. Y lo rubricaba con un sonoro y grueso taco. Dicho de otra manera, no queremos vivir sometidos a normas, dogmas, ni principios morales de curas ni de nadie… Y aplausos van y vienen a rabiar.

¡Ea!, pues para no estar atrasados, tiremos todo lo que los libros sagrados nos dicen, lo que la razón de siglos ha reflexionado, lo que el sentido común nos dicta cada día. La razón última para vivir una existencia lúcida es que hay que ser progre, sin más. Si tal hacemos, buen futuro nos espera.