Pedro López García

|

7 de enero de 2023

|

233

Visitas: 233

Con la fiesta del bautismo del Señor termina el ciclo litúrgico de la Navidad. Todo este tiempo conmemora la manifestación de Cristo al pueblo de Israel y a todas las naciones. 

El Evangelio de San Mateo nos narra hoy este acontecimiento del bautismo de Jesús por Juan Bau­tista en las aguas del Jordán. 

El bautismo de Juan suponía algo absolutamente nuevo en re­lación a los baños rituales de la época: era irrepetible, exigía la confesión de los propios pecados, suponía dejar la vida anterior e iniciar una vida nueva, se rela­cionaba con el inminente juicio de Dios y la venida del que tenía que venir; para ello Juan pide prepa­rar el camino al que llega a salvar y del que no es digno ni de desatar las correas de sus sandalias. 

Jesús se pone en la fila de los pecadores y se acerca al Bautista para que se cumpla toda justicia, es decir, para que se cumpla la vo­luntad de Dios, el plan salvador de Dios. Por eso este hecho del inicio de la vida pública del Señor revela quién es Él: Él es el que ha venido para cargar con nuestros pecados, para sumergirse en la más grande oscuridad y realzar a Adam caí­do y perdido; Él ha cargado sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad; Él asume la muerte por los pecados de los hombres. 

Los iconos de la Iglesia oriental muestran las aguas del río Jordán como una tumba y el bautismo de Jesús como un morir y un descen­der a las entrañas de la muerte. En cierta manera el bautismo es pri­mero una inmersión en la muerte para resurgir a la vida nueva. 

Pero sobre todo nos revela que Jesús es el Hijo amado de Dios, el Hijo Unigénito del Padre, lleno de Espíritu Santo y de verdad, y con ello empieza a desvelarse el Mis­terio de la Santísima Trinidad. Con Jesucristo, que es bautizado en el Jordán, que es el Hijo muy amado, el Siervo, el Cordero de Dios, el Mesías, el Señor, llega a plenitud el proyector salvador de Dios para todos los hombres.

 

Pedro López García
Vicario Zona Levante