Pedro López García
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7 de enero de 2023
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Con la fiesta del bautismo del Señor termina el ciclo litúrgico de la Navidad. Todo este tiempo conmemora la manifestación de Cristo al pueblo de Israel y a todas las naciones.
El Evangelio de San Mateo nos narra hoy este acontecimiento del bautismo de Jesús por Juan Bautista en las aguas del Jordán.
El bautismo de Juan suponía algo absolutamente nuevo en relación a los baños rituales de la época: era irrepetible, exigía la confesión de los propios pecados, suponía dejar la vida anterior e iniciar una vida nueva, se relacionaba con el inminente juicio de Dios y la venida del que tenía que venir; para ello Juan pide preparar el camino al que llega a salvar y del que no es digno ni de desatar las correas de sus sandalias.
Jesús se pone en la fila de los pecadores y se acerca al Bautista para que se cumpla toda justicia, es decir, para que se cumpla la voluntad de Dios, el plan salvador de Dios. Por eso este hecho del inicio de la vida pública del Señor revela quién es Él: Él es el que ha venido para cargar con nuestros pecados, para sumergirse en la más grande oscuridad y realzar a Adam caído y perdido; Él ha cargado sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad; Él asume la muerte por los pecados de los hombres.
Los iconos de la Iglesia oriental muestran las aguas del río Jordán como una tumba y el bautismo de Jesús como un morir y un descender a las entrañas de la muerte. En cierta manera el bautismo es primero una inmersión en la muerte para resurgir a la vida nueva.
Pero sobre todo nos revela que Jesús es el Hijo amado de Dios, el Hijo Unigénito del Padre, lleno de Espíritu Santo y de verdad, y con ello empieza a desvelarse el Misterio de la Santísima Trinidad. Con Jesucristo, que es bautizado en el Jordán, que es el Hijo muy amado, el Siervo, el Cordero de Dios, el Mesías, el Señor, llega a plenitud el proyector salvador de Dios para todos los hombres.
Pedro López García
Vicario Zona Levante