Fco. Javier Avilés Jiménez

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30 de marzo de 2013

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La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).[Benedicto XVI, Porta Fidei 6]

Una de las características de los tiempos presentes es el triunfo de lo light: productos aligerados por la eliminación de algunos de su componentes. Puede que en el campo de la alimentación esta línea de aligeramiento pueda ser conveniente. Pero a la fe no le podemos sustraer ningún campo de nuestra existencia, debe impregnar las dimensiones constitutivas del ser humano, la racionalidad y la afectividad, la sociabilidad y la acción. Esta presencia transversal de la fe en toda nuestra persona, lejos de ser una invasión abusiva, es unificadora frente a la fragmentación a la que nos somete el ritmo actual de vida. Permite que, aunque complejos e interiormente poliédricos, contemos con un hilo conductor, un guión principal, una meta final.

Vemos aquí algo que ya nos sugirió el Papa al principio de esta Porta Fidei, que la fe, que también es creer unas verdades vitales (básicamente la de que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo), sobre todo es acoger el amor que Dios es y que actúa en nosotros. Eso quiere decir que «la fe actúa por el amor» y por eso no podemos separar creer de vivir, amar y esperar (San Agustín). Este amor en el que se expresa la fe, por el que la fe respira y se mueve, es antes que nada el amor que Dios nos tiene, Y por este amor que nos afirma en medio de tantos naufragios, podemos y debemos ser una propuesta afirmativa para nuestros hermanos. No es un mandamiento, una obligación moral, sino la continuación de la fe misma: amar como Dios nos amó.