Juan José Fernández Cantos

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16 de noviembre de 2025

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En el mundo actual, donde los avances tecnológicos y científicos parecen no tener límites, la pobreza continúa siendo una herida abierta que nos interpela a todos. No se trata solo de una carencia material, sino de una realidad compleja que afecta la dignidad humana, las oportunidades y el sentido de pertenencia a una comunidad. Frente a esta realidad, surge con fuerza la palabra fraternidad, una invitación profunda a reconocernos como hermanos, más allá de nuestras diferencias y condiciones.

El Evangelio nos recuerda constantemente que nadie puede permanecer indiferente ante el sufrimiento del otro. Jesús, con su vida y su palabra, mostró que la verdadera riqueza está en el amor compartido, en el gesto solidario y en la compasión que transforma. Mirar al pobre no como un número o un problema, sino como un rostro concreto, nos lleva a entender que la pobreza no se combate con discursos, sino con acciones concretas, con políticas justas y con una conciencia social que promueva el bien común.

Para erradicar la pobreza, debemos trabajar juntos, uniendo esfuerzos desde distintos ámbitos: gobiernos, instituciones, comunidades y familias. Nadie puede hacerlo solo. La cooperación, la empatía y el compromiso social son las herramientas más poderosas que tenemos. Cada persona, desde su lugar, puede aportar algo: una idea, un tiempo, una palabra, un servicio. Así, poco a poco, se construye una sociedad más justa y humana.

Pero no basta con mirar el presente. Debemos mirar hacia adelante con esperanza, imaginando un futuro donde todos puedan acceder a una vida digna, con trabajo, educación y salud. Esa mirada esperanzada no ignora los desafíos, pero se alimenta de la convicción de que el cambio es posible cuando la fraternidad se convierte en acción. No es cuestión de buena voluntad, sino de llevar el amor de Dios al corazón del ser humano.

Estamos llamados a ser portadores de esperanza, a remar juntos en medio de las tormentas sociales y económicas, con la certeza de que juntos podemos cambiar el rumbo de la historia. La pobreza nos pone frente a una elección: mirar hacia otro lado o comprometernos en la construcción de un mundo más solidario. El mensaje del Evangelio ilumina nuestros pasos, y la fraternidad es el puente que nos une para superar la indiferencia. Solo así podremos avanzar juntos hacia un porvenir donde nadie quede atrás.