Manuel de Diego Martín
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10 de mayo de 2014
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Estos días pasados se ha celebrado la peregrinación diocesana a Lourdes que cada año realiza la Hospitalidad de enfermos. Este año nos presidía este lema: “Lourdes, la alegría de la conversión”. Efectivamente, no se puede entender este santuario mariano sin una referencia a la conversión, ya que la Virgen María en una de las apariciones le pidió con insistencia a Bernardette que rezase por la conversión de los pecadores. Allí donde hay conversión a Jesús brotan chorros de alegría, tal como recientemente nos lo ha recordado el papa Francisco en la “Evangelii Gaudium”.
He tenido la suerte de participar en esta peregrinación y no puedo por menos que dar fe de que Lourdes es un lugar donde todo rezuma alegría, convivencia, conciencia de fraternidad, deseos de ayudar a los demás y ganas de ser mejores.
Yo me pregunto ¿Qué habría que hacer en nuestros pueblos, en nuestras parroquias para que la gente se convenza de la verdad del misterio de Jesús, del misterio de la Santísima Virgen y poder vivir en consecuencia impregnados del evangelio? Tendremos que llegar a descubrir que las verdades de nuestra fe no son un mito, una leyenda, una abstracción sino la mismísima realidad. Ya decía el Papa Pio XI que Lourdes es como una ventana abierta al cielo para que los hombres de nuestro mundo puedan conocer mejor el misterio de Dios.
La tarde del sábado tuve la oportunidad de ver una película sobre Bernardette. ¡Cuánto tuvo que sufrir aquella pobre criatura cuando muchas gentes la despreciaban, la trataban de mentirosa y endemoniada! Hasta la quisieron confinar en un manicomio. Incluso se la consideraba como el ser más inútil que imaginarse pueda. Salí un poco tocado de la película al ver qué injusticias se pueden cometer desde ciertas ideologías hechas y ciertos prejuicios que ciegan las mentes y que no dejan ver la realidad
Al día siguiente en la Misa de las Naciones, viendo aquellas multitudes, gentes de toda raza, pueblo y nación cantando a la Madre de Dios, proclamando al Resucitado, anunciando que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, me reconfortaron. No tengamos miedo ante las secularizaciones, no tengamos miedo a que sean pocos los que van a celebrar la Eucaristía o a rezar el Santo Rosario. La Verdad sobre Jesús, la Verdad de la Virgen María, están ahí. Y Dios Padre se ha valido de una pequeña muchacha para hacernos ver este misterio tan grande: Que Jesús vive entre nosotros para llenar de plenitud nuestras vidas. La Virgen María ha sido la mensajera de todo ello.