Fco. Javier Avilés Jiménez

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20 de febrero de 2016

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4. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. (Misericordiae Vultus 2) 

Teología, sí; y antropología también. Fe y religión del Dios que es amor, sí; y también propuesta de realización para la humanidad por su posible colaboración con los saludables proyectos de Dios para con ella y toda la Creación. Lo que está en juego pues, no es solo que se reconozca y alabe la presencia revitalizadora de Dios en la vida, sino que el ser humano descubra su propia realidad, la que más le humaniza y le hace progresar en el orden de sus capacidades y de la consecución de una sociedad más justa y digna. Urge, para que no fracase lo humano, ni se destruya la Creación, recuperar esa misericordia íntima en cada persona, frente al individualismo, el pragmatismo interesado y la avaricia materialista que generan esa cultura del descarte que el papa denuncia (Evangelii gaudium 53). 

Sólo esa mutua implicación con el otro, que nos hace verdaderamente humanos, podrá frenar la deriva de la economía, la política, la cultura y el modo de vida actuales, hacia un mundo que se parece cada vez más a esas oscuras premoniciones futuristas en las que la mayoría viven en un gueto de miseria y una minoría selecta se encierra en un bunker dorado, paradisiaco pero siempre en peligro, porque la desigualdad hace también ficticia la seguridad (Evangelii gaudium 59). 

Para contemplar la misericordia de Dios, es menester que captemos todas las trazas de bien y la generosidad, así como los gritos de dolor y peticiones de ayuda de los postergados del mundo. Además de la oración y el silencio hemos de cultivar esa aplicada vigilia de los sentidos a la que nos invita Jesús en el Evangelio y de la que Él mismo nos da ejemplo en el pasaje del óbolo de la viuda (Lc 21,1-4) Que la sangrante huella de lo humano, pero también luminosa por su bondad, no nos sorprenda dormidos o despistados, o lo que es peor, mirándonos solipsistas el ombligo.