Antonio Abellán Navarro

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21 de octubre de 2006

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Las guerras provocan caídos, los regímenes opresores víctimas y las persecuciones religiosas mártires. Al hablar de martirio, la Iglesia hace referencia a aquellos que derramaron su sangre, por confesar la fe, y en el caso de España, en el marco de una terrible persecución religiosa. Nada tuvieron que ver con el régimen que se instauró después del 39. Su fe fue el único motivo de su muerte.

Al beatificar o canonizar a una persona, se propone como modelo su vida ejemplar, o la coherencia y la fortaleza a la hora de confesar la fe con la propia muerte en el caso de los mártires, y alentar, con la historia de perdón que lleva detrás, a la concordia y a la convivencia. El mártir es un hombre de paz, que tiene una clara conciencia de su ser cristiano y de su pertenencia a la Iglesia. Sabe que la fe da pleno sentido a su vida y a su muerte, y que si aspira a identificarse con su Señor, que murió en la cruz perdonando, ha de hacerlo también en el momento supremo de dar la vida.

Roberto Domínguez Valero, José Garrido Navarro y Juan López Gil.

 Disponemos de pocos datos personales suyos. Sabemos que D. Roberto era natural de Villarrobledo y D. Juan había nacido en Tembleque. El caso es que cuando estalla la guerra los tres ejercen de coadjutores en la parroquia de Villarrobledo.

El 25 de julio de 1936, Villarrobledo fue ocupado por una columna de milicianos del Frente Popular de la provincia de Ciudad Real, comenzando un duro proceso revolucionario que sometió al pueblo a una espiral de violencia durante mucho tiempo. El 26 de julio comenzaron a efectuarse detenciones en masa.

Los tres sacerdotes decidieron no huir y fueron detenidos, sacados de sus domicilios particulares y conducidos a la cárcel local, para días más tarde conducirlos al Penal de Ocaña (Toledo), donde fueron sometidos a torturas. Finalmente, el 19 de octubre, y ante el avance de las columnas nacionales por la provincia de Toledo, los milicianos enfurecidos, procedieron al fusilamiento en masa de los presos de Ocaña (Toledo). Murieron los tres sacerdotes con unos 70 vecinos de Villarrobledo, entre ellos el también siervo de Dios seglar Angel Bonifacio Sevillano Clemente siendo enterrados en una fosa común del cementerio de la localidad.