Manuel de Diego Martín
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30 de octubre de 2010
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Recuerdo de chico cómo en mi pueblo cuando llegaban la noche tocaban la nueve campanadas del Ángelus, tres, tres, tres, y en el intervalo se rezaba el Avemaría. Y a continuación un pequeño clamor nos invitaba cada noche a recordar y orar por nuestros difuntos.
Pero la noche del uno al dos de noviembre, el clamor se prolongaba durante horas, sumiendo al pueblo en un impresionante silencio, que a los chiquillos nos daba hasta miedo, cualquiera se atrevía esa noche a jugar al escondite, al gori gori, por las oscuras calles del pueblo. Era el día de las ánimas y esa noche había que recordar a nuestros seres queridos que se marcharon a la otra vida.
El poeta Becquer dijo aquello de qué solos se quedan los muertos. Yo quiero creer que en aquellos tiempos no se quedaban los muertos tan solos. El clamor de las campanas, las oraciones, cuando cada noche al terminar de rezar el Rosario recordábamos a todos y cada unos de los difuntos de la familia, el llevar flores frescas y las lágrimas cálidas sobre las tumbas nos hacía recordar la comunión que existe ente los vivos y los muertos. El amor es más fuerte que la muerte. Y nuestra esperanza en la resurrección nos hacía vivir a nosotros y a nuestros muertos entre nosotros. Así pues los muertos no se quedaban tan sólos.
Los nuevos tiempos, la nueva cultura quiere silenciar el clamor de las campanas, a ella le parecen los rezos ridículos e innecesarias las lágrimas. La muerte no existe decía el filósofo Epicuro ya antes de Cristo. Cuando vivo, decía, no hay muerte, y cuando llega la muerte, ya no estoy yo. Así que no me pilla. Los seguidores de este epicureismo nos han traído el “Hallowen”. Se ha inventado un nuevo carnaval que hace olvidar la muerte. Tú vive a tope y no te preocupes por nada, es el banderín de enganche de todo este movimiento.
En esta cultura sí se cumple totalmente el grito del poeta, qué solos se quedan los muertos. Ellos ya no existen, desaparecieron del mapa totalmente. Y los que viven sin esperanza en la resurrección es como si no vivieran. Podemos decir que sí viven, pero su vivir no va mucho más allá del sin vivir de un carnaval permanente.