Javier Avilés

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8 de diciembre de 2025

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En la Nota Doctrinal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación, Mater populi fidelis (4 de noviembre de 2025), al indicar lo inapropiado de adjudicar a la Virgen María el título de «corredentora», no se menoscaba, ni muchísimo menos, la excelencia, la altura y la reverencia que la Iglesia le brinda a la Madre de Jesucristo, a la Madre del pueblo fiel. Es una rica reflexión sobre el papel único de la Virgen María, pero siempre en orden a apuntar y mostrar a Jesús como el verdadero Redentor del mundo. Con motivo de la celebración de la festividad de la Inmaculada Concepción de María, que para la Iglesia española es la patrona de España, podemos ahondar en el papel de la madre de la Iglesia en cuanto inspiradora y acompañante de nuestra fe en el fruto bendito de su vientre: el Pueblo fiel no se aleja de Cristo ni del Evangelio, cuando se acerca a ella, sino que es capaz de leer “en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio”.

Sin embargo, al dejar claro que quien salva es Jesucristo, quien nos redime es el Hijo de María -porque Él es el Hijo de Dios- respetamos y distinguimos no sólo la prioridad única e irrepetible del Verbo encarnado, sino que somos, incluso, más respetuosos con la propia Virgen María. Y es que, como bien resalta la citada Nota Doctrinal, la Virgen de Nazaret, desposada con José, sabrá con humilde sabiduría ponerse tras los pasos de su Hijo bendito para ayudarnos a ser discípulos suyos. Esta misión servicial de la que siempre fue “sierva del Señor” responde con justicia a la fe de María, puesta de manifiesto desde la Anunciación y puesta a prueba en el camino de transición del judaísmo a la nueva vida que en Cristo comienza.

Nos dice esta Nota que “el dogma de la Inmaculada Concepción destaca la primacía y unicidad de Cristo en la Redención, porque también la primera redimida es redimida por Cristo y transformada por el Espíritu” (Mater populi fidelis, 14). Y tanto fue redimida y elegida, tan excepcionalmente preservada, que su liberación previa – antes de nacer- del pecado original anuncia y anticipa lo que sólo por obra de su Hijo será posible para todo el género humano: llegar a ser uno con Él en Dios.