Juan Iniesta Sáez
|
3 de marzo de 2024
|
197
Visitas: 197
A veces, en la vida cotidiana, se aplica esa sentencia nefasta: «de tan bueno, parece tonto», confundiendo bondad con ser pusilánime. Por eso alabamos a la gente enérgica, decidida, que tiene actuaciones resolutivas.
Sin embargo, nos sigue chocando encontrar esa actitud en Jesucristo, que es la misericordia del Padre hecha carne. Hablamos de la santa ira de Dios, pero aún así, nos descoloca esa actuación casi violenta de Jesús en la que expulsa a los mercaderes que han convertido la casa de Dios en cueva de bandidos, el Templo en territorio para el mercadeo con lo Sagrado.
En el tiempo de Cuaresma, de llamada a la conversión, miramos a Cristo como el que nos trae la misericordia. Y así debe de ser, ¡por la cuenta que nos trae! Pero a la vez, debemos mirar a nuestra propia realidad, aplicándonos las palabras de San Pablo: «¿no sabéis que sois templo del Espíritu Santo?». Y le pedimos a Dios que venga a nuestras vidas, que nos purifique internamente, como purificó el Templo…
Quizás lo pedimos, sí, pero con la boca pequeña. Porque nos da miedo que la purificación sea real, y completa, hasta el límite de realmente hacernos dejar atrás la mediocridad y el mercadeo con el pecado, que a veces hace mella en nuestra vida. Recordando aquellas palabras tan significativas, por la experiencia que supusieron para ella, de San Juan de la Cruz, reconocemos la presencia de Dios en nosotros como una «llama de amor viva, que tiernamente hieres (…) ¡Oh, cauterio suave; oh, ¡regalada llama!»
El cauterio sirve para sanar. Suavemente, sí, como pide San Juan que haga el Cristo médico al que acudimos con esta petición. Pero el bisturí no deja de ser una herramienta punzante, que corta y extirpa aquello que puede provocar una enfermedad. Atrevámonos a pedirle a Cristo que entre con su mano sanadora en nuestra vida, que también somos Templo que necesita ser purificado, y conscientes de que el buen paciente se presta a la curación, aunque a veces pueda costar o doler, porque el beneficio siempre será mayor.
Dispongámonos a acoger a quien a una vez usa de su vigor y energía para denunciar el pecado que afea al Templo, y usa igualmente de la delicadeza y meticulosidad en los cuidados propia del buen samaritano para extirpar ese pecado.
Juan Iniesta Sáez
Vicario Sierra