Pablo Bermejo
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5 de julio de 2008
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Hace unas semanas nos juntamos todo el grupo de amigos de la infancia en unas cabañas para celebrar la despedida de soltero de uno de nosotros. Después de todo un día de actividades deportivas, por la noche tomamos la cena en la sala privada de un restaurante del pueblo. Para el final le habíamos reservado la proyección de un montaje fotográfico en el que recordábamos toda nuestra vida juntos.
Desde que meses antes habíamos comenzado a crear el montaje, siempre decíamos que sería tener muy mala suerte si se nos estropeara el DVD al reproducirlo en la despedida de soltero. Pues dicho y hecho, a los dos minutos de comenzar el disco se cortó en seco y no había manera de hacerlo continuar. Entonces saqué un DVD de reserva que había llevado por si acaso… ¡¡y resultó que había llevado una copia de seguridad de mis documentos!! Maldiciendo por mi mala suerte, fui a por mi otra copia de urgencia: una memoria USB que estaba en mi mochila en la cañaba. Fui corriendo y tropezando en todo lo que se podía tropezar hasta que di con la valla de entrada… cerrada.
Todos me estaban esperando y no quería volver diciendo que nos habían cerrado la entrada así que escalé la valla como pude, desgarrándome las manos, y volví a correr hacia la cabaña. Abrí la puerta con las llaves y, una vez dentro, directamente tiré todo el contenido de mi mochila al suelo para no perder tiempo buscando. Cogí mi pendrive y fui a la puerta… ¡cerrada! No entendía cómo se había podido cerrar, y al intentar abrir con las llaves no se podía. Probé con las dos llaves con las dos orientaciones posibles y nada, la puerta no se abría. Di golpes, grité, empujé, tiré, pero aquello seguía cerrado. Me acordé del móvil, y resultó que no tenía cobertura. Tiré el móvil al suelo (menos mal que no se rompió), maldije por dentro y luego en voz alta (por qué si Dios es tan bueno ocurren cosas malas).
Me giré hacia las camas, les pegué una patada, me giré y entonces… vi a un amigo mío en el umbral de la puerta (la puerta de verdad) preguntándome qué narices estaba haciendo. Con mis nervios, había estado peleándome con una puerta falsa de la cabaña que estaba sólo a 2 metros de la puerta verdadera, abierta de par en par. No pude sentirme más tonto y a la vez aliviado. Volvimos, la puerta de la valla ya estaba abierta (no pregunté cómo) y por fin pudimos reproducir el montaje. La próxima vez que me queje ante una puerta cerrada, me lo pensaré dos veces antes de darme la vuelta y patalear por mis problemas sin solución.
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