Rafael Miguel López Martínez

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7 de octubre de 2023

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Estamos terminando la vendimia en estos pueblos de Ontur y Albatana pertenecientes a la denominación de origen de Jumilla. Hay bastante movimiento, idas y venidas a la cooperativa con los remolques cargados de uva y se percibe en el aire ese olor dulzón del mosto que lo impregna todo. Y, precisamente hoy, San Mateo nos propone la última parábola de la vendimia, la conocida como parábola de los viñadores homicidas, precedida, en la primera lectura, por otra parábola, la de la viña del Señor de Isaías.

Las dos parábolas son una síntesis perfecta de la Historia de la Salvación. Dios se eligió un pueblo, Israel y lo amó con amor esponsal; y, ante ese amor, Israel respondió con continuas infidelidades. A pesar de todo, nuestro Padre, le envió profetas que rechazó, pero tanto amo Dios al mundo que envió a su Hijo único y los jefes del pueblo no solo lo rechazaron, sino que lo entregaron a la muerte. Por eso el Dueño de la viña la entregará a otros labradores; es decir, la Iglesia, nuevo Israel, porque la piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en piedra angular.

Podemos caer en el error de pensar que la parábola va dirigida solamente a los jefes del pueblo que rechazaron a Jesús, o sólo dirigida al antiguo Israel. Podemos pensar que nosotros nunca rechazaríamos al Señor ya que pertenecemos al grupo de los perfectos, de los puros, de los santos. Pero bien podría decir Dios de nosotros que le honramos con los labios y lo rechazamos con el corazón. Y es que al igual que esos viñadores, podemos creernos los dueños del cortijo. ¿Cuántas veces habremos dicho: «Yo me he hecho a mí mismo, no le debo nada a nadie»?, ¿Cuántas veces nos hemos encorvado sobre nuestro propio ombligo olvidándonos de que existe mundo y gente a nuestro alrededor? Vivimos en una cultura cegada por el individualismo y el egoísmo y esa es la mayor de las idolatrías. Nos hacemos los dueños cuando sólo hay un Dueño y Señor.

Mira, nuestro Dios, no es un Dios opresor que nos pide frutos para exprimirnos. Él no nos necesita, si nos pide frutos es para engrandecernos para sacarnos de la dinámica del egoísmo y pasar a la dinámica del agradecimiento y la donación. Sólo así podremos dar fruto bueno. Sólo así podremos sacar la mejor versión de nosotros mismos.

Mira cómo cuidó el Dueño de su viña, cuánto amor tuvo por ella: la plantó, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda; y ahora recuerda cuánto amor ha tenido Dios por ti: te dio la vida, una familia, nunca te dejó de la mano, te entregó a su Hijo para que tengas vida… ¿No le devolveremos amor al que tanto nos ha amado?

Es el momento de tomar decisiones, es el momento de pasar de las palabras a las obras, es tiempo de vendimia y es la hora de entregar fruto bueno, uvas con grado, basta ya de mediocridades; no le entregues al Señor más agrazones. ¿Seremos verdaderos misioneros que salen de sí mismos para dedicarse a los demás?

Si hoy participas de la Eucaristía, pídele al Dueño que te transforme en lo que comes para que seas mosto exprimido, uva pisada para tus hermanos. No te conformes con ser un vino peleón, tú puedes ser un gran reserva.

María, tú que ayudaste a los novios de las bodas de Caná, ayúdanos a nosotros a ser vino de alegría. Sed felices y haced felices a los demás.

Rafael Miguel López Martínez

Párroco de Ontur y Albatana.