Manuel de Diego Martín

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21 de marzo de 2009

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Dicen por mi tierra de la vieja Castilla, que cuando el hierro está en ascuas, entonces hay que darle fuerte al martillo. Pues bien, en este momento en que el tema de la defensa de la vida, ante el nuevo proyecto de ley de ampliación del aborto, está que arde, es bueno unir todos los martillazos posibles para tomar conciencia de la gravedad del problema ante una sociedad que está anestesiada por la manipulación perversa del lenguaje.

El domingo pasado oíamos muy claro el eco de las palabras de Dios dichas a Moisés en las cumbres del Sinaí que ordenaba con solemnidad de ley inmutable aquello del “no matarás”. Pues bien, el aborto aunque se le arrope con los eufemismos más rebuscados como “interrupción voluntaria del embarazo” o “higiene reproductiva” o derecho a disponer cada quien en aras de la libertad de su vida, o hacer con su cuerpo lo que le venga en gana, no puede vaciarse de su primer significado: simplemente significa matar y esto Dios no lo quiere.

El próximo día 25 de marzo recordamos la fiesta de la Encarnación, es decir, ese momento sublime en que el Verbo eterno de Dios, convertido en un diminuto embrión, anida en el seno de la Virgen María. Por eso en este día se celebra la jornada mundial por la vida. Este año se ha cogido como lema “protege mi vida”. Es elocuente el cartel anunciador que se mostrará en miles y miles de lugares. En el cartel aparece un lince protegido y al lado un niñito que suplica: “protege mi vida”. En lo alto del cartel se ven las fases de su crecimiento embrional.

Los Obispos de la Comisión de la Familia de la Conferencia Episcopal, han hecho público un comunicado en el que nos hacen tomar conciencia de la gravedad del caso y del momento especial que estamos viviendo en el ambiente sociopolítico. Es imposible no ver las contradicciones y paradojas en que nos vemos envueltos. Por una parte se defiende con uñas y dientes los embriones de especies protegidas, y socialmente nos quedamos insensible ante el masacre de vidas humanas. Se llega a afirmar que el aborto es una solución liberadora para el drama de una mujer, sin darnos cuenta que, a su vez, esta mujer, después de hacer la fechoría, carga con otro drama aún peor para toda su vida.

Es misión urgente, nos recuerdan los obispos, anunciar el evangelio de la vida. Aunque sea predicar en desierto, hay verdades que nunca pueden dejar de anunciarse. El misterio de la Encarnación que estos días celebramos nos hace ver, por contraste con su gran luz, lo tenebroso e inhumano que es matar una vida inocente. Los ecos del Sinaí, en forma de truenos y relámpagos, nos siguen gritando sin cesar: “no matarás”.