Pablo Bermejo
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15 de septiembre de 2007
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Esta Feria de Albacete, como todos los años, me había prometido previamente pisarla sólo tres días pues cada visita suponía un gasto muy grande. El primer viernes y sábado no fui ni a verla, y por tanto pensé que el domingo sería un buen día para ir de fiesta con mis amigos. Comenzamos a comer a base de morcillas, rabo, gambas, chorizos,… y luego nos tomamos varios miguelitos de la Roda y unas sidras. Más adelante estuvimos toda la tarde y parte de la noche en el Ateneo de los Redondeles de la Feria bebiendo mojitos a casi 5 euros cada uno, y ya por fin con los oídos doloridos por la música me fui a acostar.
Al día siguiente me llamaron los amigos del instituto y me terminaron convenciendo de que me pasara a comer, pese a que la cabeza todavía me zumbaba. De nuevo el mismo tipo de comida, con la diferencia de que tenía los oídos tan dañados que al masticar me parecía escuchar entrechocar de metales en los tímpanos. Una vez que mi estómago se había repuesto, estaba preparado de nuevo para pasar toda la tarde bebiendo mojitos cubanos… hasta las tres de la mañana. Al ir a acostarme me prometí no volver a pisar la feria y comer, beber y gastar tanto.
Sólo que el martes por la tarde me llamó un amigo que tenía que pasear a sus sobrinos y me imploró que le acompañara. No bebí nada, pero monté en las atracciones que sus sobrinos elegían y comprobé que mi estómago ya no es el que era cuando tenía quince años. Por supuesto, no me fui ese día sin haber tomado un gofre de chocolate.
El miércoles por la mañana no me sentía persona en el trabajo por las energías que me faltaban, pero los amigos con los que había salido el domingo ya se habían recuperado y me llamaron totalmente animados; como me negué, fueron en coche a mi casa a recogerme y terminé de nuevo bebiendo mojitos (por lo menos comí en mi casa).
Maldiciendo mi poca voluntad de mantenerme alejado de tanta fiesta y tanto gasto, el jueves me tocaba comida familiar. Esta vez comí sólo ensalada y fruta, junto a las risas de mis tíos que entendían por qué no tenía hambre. Por la tarde no pude decir que no a mis primos, así que de nuevo estuve hasta la hora de cenar en la zona del Ateneo.
El viernes volví a rendir poco en mi trabajo, fui tres veces al baño, mis oídos no paraban de protestar y, lo peor de todo, actualicé mi cartilla y no pude evitar golpearme la frente. Aún me queda irme de cena y paseo con mi novia, pero prometo firmemente que el año que viene no volveré a pisar la feria más de 3 días…