+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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1 de febrero de 2014

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]esde la salida de Egipto era norma del pueblo de Israel consagrar al Señor los primogénitos de cada familia. Es el rito que, pasada la cuarentena del parto, realizaron José y María con Jesús. Y fue entonces cuando el anciano Simeón, tomando al Niño en brazos, lo proclamó como «luz para alumbrar a todas las naciones».

La Iglesia ha unido a la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo la Jornada de la Vida Consagrada. La fiesta de la Luz se enriquece, así, con la luminosidad eclesial de la consagración religiosa.

La vida consagrada es un don admirable del Señor a la Iglesia y al mundo. El carisma de la consagración pertenece a la vida y al corazón de la Iglesia, cuyo carácter esponsal viven los consagrados y consagradas de manera explícita y radical. Por eso, se entregan al Señor en cuerpo y alma, poniendo su vida a disposición total del Reino de Dios. Los podemos encontrar partiéndose el pecho al lado de los marginados, junto a los enfermos y los ancianos, en las zonas rurales más pobres, en los duros campos urbanos de la educación o en la vanguardia de los frentes de la vida misionera, contribuyendo en todas partes a la creación de una humanidad nueva.

Por mi parte, doy gracias a Dios por este don de la vida consagrada que tanto nos enriquece a todos y que tanta fecundidad aporta a nuestra Iglesia de Albacete, a la que se sienten unidos en comunión fraterna, con su disponibilidad y su servicio. Roguemos por la fidelidad de los consagrados y pidamos a Dios que sigan surgiendo vocaciones a esta vida de especial consagración. Os aseguro que son de lo mejor de nuestra Iglesia.

Muchos de nosotros recordamos con añoranza los tiempos en que era un honor para las familias cristianas, siguiendo la buena costumbre de Israel, entregar alguno de sus hijos o hijas al Señor. Los tiempos han cambiado. La sociedad se seculariza, en las familias los hijos se reducen al mínimo, no pocos jóvenes se alejan de la Iglesia. Todo ello está influyendo de manera sensible en la disminución de vocaciones a la vida consagrada. Pero también es un hecho que donde existen familias y comunidades cristianas de vida entregada, de fe viva y con amor a la Iglesia, surgen vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada.    

Aunque existe una jornada dedicada a la vida contemplativa, recordamos también hoy, junto a los consagrados y consagradas de vida activa, a las religiosas de los monasterios de vida contemplativa existentes en la Diócesis. Ellas nos recuerdan a quienes llevamos una vida frenética, siempre con prisas, que la mejor manera de ser “Marta” es no dejar de ser “María”, que el servicio a los otros se alimenta de la contemplación del Otro.    

A vosotros y a vosotras, queridos consagrados, os invito, una vez más, a recordar el momento de vuestra consagración a Dios, a refrescar con gratitud las razones que, entonces, en plena juventud, os llevaron a optar radicalmente por el Señor, dejando otras posibilidades. Y os invito a renovar con gozo aquella entrega radical al Señor. Vuestra mejor siembra vocacional será que sigáis irradiando aquella luz de que nos habla esta fiesta entrañable de la «Candelaria».

¡Gracias, porque, aunque vuestras comunidades vayan envejeciendo, conserváis la ilusión fresca y el corazón joven!

Un saludo muy cordial para el movimiento apostólico “Vida Ascendente”, tan numeroso y tan activo, que también celebra su fiesta en este día. Ellos y ellas, como aquellos dos ancianos, Simeón y Ana, siguen proclamando a Jesús como luz del mundo con su fe y la riqueza de su experiencia. ¡Felicidades!