+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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17 de septiembre de 2007

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Tenéis en vuestras manos el Plan Pastoral Diocesano, que nos ayudará a trabajar juntos, a mirar en una misma dirección, a aunar esfuerzos y corazones. Desde este momento os pido a todos los diocesanos que lo asumáis cordialmente, poniendo todos lo medios a vuestro alcance para que sus objetivos y las acciones propuestas vayan siendo realidad en nuestra Iglesia local de Albacete. Es una directriz vinculante para todos los ámbitos y sectores de la Iglesia diocesana. Trabajar juntos es caminar al viento del Espíritu, que realiza la comunión.

El Plan tiene como eje la Eucaristía. En realidad, como nos decía Juan Pablo II “el programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en la tierra la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (NMI 29). A Cristo lo encontramos, sobre todo, en la Eucaristía, sacramento de su presencia viviente en medio de la Iglesia y sacramento de su amor al mundo. Desde ahí queremos vivir y desde ahí queremos anunciarle a nuestros hermanos y en nuestra sociedad secularizada.

El mismo Juan Pablo II nos invitaba a las Iglesia locales a “formular orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.., a establecer aquellas indicaciones programáticas concretas –objetivos y métodos de trabajo, de formación y valoración de los agentes y la búsqueda de medios- que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura” (Ib. N.29)

Por eso, el Plan va precedido de un análisis de nuestra realidad social y eclesial, que, aunque somero, nos ayude descubrir suficientemente la gravedad de los desafíos que la hora actual presenta a la misión evangelizadora de nuestra Iglesia.

El Plan Pastoral va dirigido a todos los grupos e instituciones diocesanas. Entre ellas, como unidad básica y concreción de la Iglesia en un lugar determinado, reviste singular importancia la parroquia. Pero la parroquia no trabaja aislada, sino dentro del arciprestazgo. Los sacerdotes del arciprestazgo, con sus consejos pastorales, determinarán qué objetivos y acciones van a ser abordados cada año, cómo se distribuyen las responsabilidades, así como fijar momentos de reflexión y de revisión de los compromisos asumidos. Función principal del arcipreste, como lo es la del párroco en su parroquia, es la de animar este trabajo conjunto y seguir la aplicación del Plan. Los delegados diocesanos hará el seguimiento de los objetivos que se refieran a su Delegación y prestarán la ayuda necesaria para su realización. Los Vicarios harán el seguimiento del conjunto de los Arciprestazgos y Delegaciones de su demarcación.

El Plan Pastoral no agota toda la actividad eclesial. Hay que seguir prestando atención a todas las dimensiones de la acción pastoral, cuidando de manera especial la Eucaristía dominical, alimento fundamental para la mayoría de los fieles cristianos.

Sin conversión no hay renovación; pero aquélla sólo se dará si existe conciencia del pecado y necesidad de sanación. Hemos de esforzarnos, por eso, en recuperar también el sacramento del perdón, regalo pascual del Señor, y realizarlo según el ritual de la Iglesia. Hemos de empeñarnos en hacer cristianos de fe sólida, capaces de de vivir la fe en la intemperie de nuestra cultura y de hacer presente la fuerza del Evangelio en medio de las realidades temporales. La preocupación por la familia, una especial atención a la pastoral juvenil y vocacional han de ser empeños ineludibles. Y hay que seguir potenciando la comunicación cristiana de bienes y la acción caritativa y social con todos los necesitados, entre los cuales ocupan un lugar significativo los inmigrantes. A ello apuntan los objetivos y las acciones que configuran el Plan Pastoral.

La edad avanzada del clero y la escasez de presbíteros nos obligarán a cambiar muchas cosas. Abarcar más con menos efectivos sólo será posible contando con la disponibilidad de todos y mediante un trabajo conjunto y bien articulado entre todos los miembros de la Iglesia, sacerdotes, religioso/as y laicos. Sobre este punto se hace inaplazable una reflexión diocesana. Es ésta, por otra parte, una oportunidad favorable para hacer realidad lo que siempre debió serlo: la corresponsabilidad laical en la Iglesia. Los pasos que en tal sentido vayamos dando ya en los arciprestazgos, así como el empeño que pongamos en la Escuela de Agentes de Pastoral y en la incorporación general de religiosos/as y laicos, será una buena escuela para el trabajo futuro en unidades pastorales.

Es mucha la tarea, ardua la misión y escasas las fuerzas. La tentación más grave de esta hora sería la desesperanza, la resignación y los brazos caídos viendo cómo resurgen pujantes, con ropaje secularizado, los ídolos del viejo paganismo.

La exhortación Apostólica Ecclesia in Europa se teje recordando a los discípulos de Emaús, que, al declinar la tarde, se alejaban impotentes y decepcionados de Jerusalén, donde, al parecer, toda esperanza de futuro había quedado definitivamente enterrada. Pero en Emaús, al romper el pan, hubo un sobresalto de resurrección y el Crucificado se reveló como la novedad más esperanzadora de la historia: Él era el resucitado para siempre, el eternamente presente. Desde entonces “ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe” (1Jn.5,4).

Porque son muchas las dificultades y porque necesitamos recomponer la esperanza, presbíteros, religiosos y laicos necesitamos volver a sentarnos con el Señor a la mesa, revivir las experiencias de Emaús y de Pentecostés. Porque en nuestro mundo son cada vez más los que empiezan a sentir, de vuelta del materialismo consumista de las cosas, el vacío y la infelicidad, necesitamos volver a sentarnos a la falda del monte y escuchar la sorprendente novedad de las Bienaventuranzas. Ellas son la más real alternativa de felicidad para el mundo.

“¡Duc in altum!”, “Mar adentro”, nos ha repetido Juan Pablo II. “El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos…El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos.. Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, ‘Estrella de la nueva evangelización’…Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús “al partir el pan” nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos para llevarles el gran anuncio: ‘¡Hemos visto al Señor!’ (Jn. 20,25) (NMI. 58)

Vamos a empezar el curso contando con cinco nuevos mártires en nuestra Iglesia. Su testimonio nos alienta y su intercesión nos acompaña. Contamos también con la solicitud maternal de Nuestra Señora de los Llanos, a quien confiamos los frutos del Plan Pastoral, que con esperanza pongo en vuestras manos.