Manuel de Diego Martín

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28 de abril de 2012

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Es muy conocido el poema de Lope de Vega que dice: “Yo ¿para que nací? Para salvarme…” Y continúa diciendo aquello de qué insensatos podemos ser si pasamos la vida haciendo el tonto permitiendo que nuestra alma se la lleve el diablo. Y todo esto lo vuelve a expresar al final de esta manera tan bella: “loco debo de ser si no soy santo”.

Hoy, domingo del Buen Pastor, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, con el lema de que estas, las vocaciones, son un don de la caridad del Dios.

El Papa en su mensaje de este año, no sólo se pregunta como el poeta: “yo ¿para que nací?” sino que añade el por qué nací. Primero habrá que explicar el origen del ser para entender un poco su para qué. Y nos dice Benedicto que la verdad profunda de nuestra existencia es que yo soy fruto de un pensamiento y de un acto de amor, del amor de Dios inmenso, fiel y eterno. Así pues mi vida tiene su origen en este pensamiento y en este acto de amor de Dios.

Todos estamos llamados a dar una respuesta de amor y realizar este proyecto que Dios soñó desde la eternidad para cada uno de nosotros. Pero en muchos Dios está esperando una respuesta de amor definitiva y total. La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada a la que muchos se sienten llamados es una hermosa muestra de lo que significa una respuesta radical de amor al que nos amó primero.

Por eso el Papa anima a las comunidades parroquiales para que en sus proyectos pastorales tengan la preocupación de suscitar y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. También recuerda a las familias cristianas, que ellas mismas en el ámbito familiar tienen que ayudar a sus hijos a descubrir la belleza e importancia de lo que significa la entrega al ministerio sacerdotal o abrazar la vida consagrada.

Nuestro mundo occidental cristiano está sufriendo una sequía vocacional que nos llena a todos de preocupación. Hemos visto hace poco cómo nuestros campos manchegos morían de sed. Vinieron algunas lluvias y vemos ahora cómo los sembrados reviven. Recordemos, hoy, cómo nuestras oraciones fervientes pueden ser lluvia benéfica para que la gracia de Dios toque los corazones de muchos jóvenes y traigan una gran cosecha de vocaciones consagradas dentro de nuestra Iglesia.