Manuel de Diego Martín

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5 de marzo de 2016

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El miércoles pasado tuve la oportunidad de seguir por la mañana el debate televisivo de la investidura del nuevo Presidente. Al final no me aclararon nada y si me llenaron de una gran confusión al ver a qué situaciones puede llegar el ser humano cundo deja a un lado la verdad y la misericordia.

Existen dos grandes valores que dignifican al ser humano, la capacidad que tiene para descubrir la verdad y ser capaz de vivir en coherencia con ella y a la vez ser capaz de tener un corazón misericordioso con todos.  Ni la búsqueda de la verdad ni la capacidad de mostrar un corazón misericordioso aparecieron apenas en el debate. Cuando yo estudiaba filosofía y profundizábamos en Aristóteles se nos decía que la verdad es la adecuación de la mente con su objeto formal. Es decir, la mente llega a descubrir esa realidad que busca y se siente unida a ella para vivir en consecuencia con la misma.

En el mundo político diríamos que el objeto formal con el que la mente se debe adecuar es el bien común, la búsqueda de lo mejor para un pueblo. Aquí ocurre que cada uno ve lo que quiere ver. En el debate se veía que cada uno llamaba verdad a lo que se le antojaba, a lo que le interesaba, lo que su ideología le dictaba, y no había manera de entenderse. Esto es el relativismo puro y duro, es la negación de la búsqueda de la verdad. Salí con la sensación de tristeza de pensar que el hombre es incapaz de encontrar la verdad al ver tanta confusión. Ya no sabes si el hombre es un “animal rationalis” tal como lo describía Aristóteles o hay que afirmar que  es igual de bruto que todos los demás animales.

Pero además del tema de la verdad, me preocupó que hubiera tanta falta de misericordia entre unos y otros. Es verdad que todos no se portaron igual. Estamos en el Año de la Misericordia, parece que en este campo esta realidad está por demás. Tal vez son víctimas de aquella teoría de Maquiavelo de que “el Príncipe” no debe tener corazón ni misericordia. ¡Qué error más grande! Sí debe existir misericordia en todas las relaciones humanas para que estas puedan ser más verdaderas. Una actitud misericordiosa de los unos hacia los otros ayuda a buscar la verdad. Esto no quita el que haya que denunciar las mentiras, sacar a la luz las injusticias, no conformarse con cualquier cosa. Pero a ¿qué viene volverse hoscos, insultones, sacar trapos sucios, rechazar a uno porque si, decir no y no y no a todo, sin querer ver lo que el otro pueda ofrecer?

Hay padres que de ninguna manera quieren que sus hijos se metan en política, tal vez porque piensan que esto es meterse en este círculo infernal de mentiras y de odios. No debe ser así, nosotros desde la perspectiva cristiana debemos animar a jóvenes para  que no tengan miedo porque dentro de la política pueden ofrecer un gran servicio a la sociedad. Y nuestro Señor lo quiere así. Lo único que les recordamos es que busquen siempre la verdad y que nunca su corazón deje de ser misericordioso.