Juan Iniesta Sáez

|

26 de mayo de 2024

|

51

Visitas: 51

Hace apenas un par de semanas, en la solemnidad de la Ascensión, meditábamos la perícopa evangélica con la que concluye el Evangelio según San Marcos, en la que se hablaba del envío misionero («id y haced discípulos…») y de los signos que acompañarían la predicación de los apóstoles. En este domingo de la Santísima Trinidad escuchamos el pasaje, paralelo al anterior, de conclusión del relato evangélico según San Mateo. 

En esta ocasión no se hace mención a los signos mesiánicos que la Iglesia prolonga, como prolonga la presencia de Cristo en medio de este mundo. No menciona Mateo esos portentos, pero sí pone en labios de Jesús una expresión que lo condensa todo: «se me ha dado pleno poder…».

Una vez más, comprobamos qué lejos están los parámetros de Dios de los nuestros. ¡Qué diferente es el concepto mundano de poder como dominación, del de Dios, como servicio, fidelidad y entrega hasta el extremo! Para eso nos da poder Jesucristo: para que los discípulos enseñemos a aquellos que evangelicemos «a guardar todo lo que os he mandado». Todo, que aquí es sólo una cosa: a amar, a amar sin límites, sin cálculos de conveniencia o utilidad. Tenemos el poder de Dios, el poder de la Trinidad Santa, para hacer lo mismo que Ella: no rehuir el encuentro personal y eficaz con quien quiera que encontremos en el camino. No renunciar a estar presentes en toda realidad que necesita ser evangelizada. No reusarnos a abajar el gran misterio de la divinidad, inabarcable con palabras y explicaciones humanas, a lo concreto de nuestra existencia cotidiana, tan necesitada de su presencia consoladora.

Pentecostés, el Espíritu Santo en nosotros, la pasada semana, con la Santísima Trinidad ésta y el Corpus, todo un Dios que se esconde en las especies eucarísticas para quedarse con nosotros y fortalecernos en el camino de la vida, la próxima, nos recuerdan que el misterio cristiano del Dios sublime y todopoderoso se encarna en realidades tan ordinarias que parece que devalúan al propio Dios. Se nos hace tan accesible y cercano, tan íntimo a la realidad cotidiana de la persona, que toda nuestra realidad está transida por Él y que todo nuestro poder es prolongar su presencia y acción salvífica en medio de nuestro mundo. Abrámonos a tan gran misterio, y démosle carne a esa Trinidad transformadora de las sociedades que se dejan tocar por ella.

Juan Iniesta Sáez

Delegado Zona Sierra