Manuel de Diego Martín
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13 de febrero de 2016
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Llevamos ya muchas décadas en la Iglesia de toma de conciencia de que hay que erradicar la maldición del hambre en el mundo. Grandes encíclicas de los Papas de este último siglo hablan del problema: La “Rerum Novarum”, la “Pacem in Terris” “Populorum Progressio”. El Papa S. Juan Pablo II, Benedicto, ahora Francisco nos recuerdan continuamente la responsabilidad que tenemos los seguidores de Jesús de hacer frente a este problema humanitario.
Un año más, la organización eclesial Manos Unidas celebra estos días su campaña contra el hambre. Este año lo hace con un lema comprometedor: “Plántale cara al hambre: Siembra”. Y nos dice que hay que sembrar recursos, que los pueblos pobres tengan medios y estructuras productivas para desarrollarse. Piden también que los Estados, los dirigentes políticos, siembren una cooperación responsable buscando el bien común. Que los compromisos que se toman en las grandes cumbres lleguen a cumplirse. Y por fin nos pide la Campaña de Manos Unidas que sembremos solidaridad.
Aquí está la madre del cordero, en la palabra solidaridad. El Papa Francisco no se cansa de repetirnos que debernos superar esa lacra social que es la indiferencia globalizada, la gente que pasa de todo. Por otra parte llega el descarte, lo que no me sirve lo tiro. Nos hace falta cambiar los hábitos de vida dice en la “Laudato si” para poder salvar la madre tierra. En una palabra hay que sembrar la solidaridad, es decir cambiar el corazón del hombre para que las otras siembras no caigan al borde del camino.
¡Que paradoja! Estos días que estamos celebrando esta campaña de amor y solidaridad hacia los más pobres, vemos cómo en nuestros juzgados se están aclarando grande casos de corrupción. Aquí no se trata de juzgar a pobres diablos, sino que en las sillas de los acusados están los que un día fueron grandes en el panorama nacional: Los Pujoles, Urdagaraín, Jaume Matas, muchos líderes municipales de Valencia. ¿Cómo es posible que mientras unos lo pasan mal, otros tengan la voracidad de amontonar fortunas? Simplemente, ahí falta corazón, falta solidaridad.
He estado diez años en un país africano y allí se ve la dificultad de que las ayudas lleguen a donde tienen que llegan y no se pierdan en el camino. Entonces ves que si entre nosotros que existe la democracia, donde hay controles, hay también una cierta conciencia social, entre los mismos honorables pasan estas cosas, ¿cómo no van a pasar en lugares donde la democracia está en mantillas?
Así pues esta Campaña es una llamada a abrir nuestros bolsillos para compartir con los más necesitados, pero sobre todo es una llamada a tomar conciencia para llevar a cabo una siembra de la solidaridad y conseguir que nuestros corazones no sean de piedra que no sienten ni padecen por nada y por tanto se corrompen, sino corazones de carne que tienen viva su responsabilidad hacia la humanidad y por tanto se comprometen a vivir en justicia y en verdad. Y los que somos creyentes no olvidemos nunca que un día nos sentaremos en un banquillo, como estos honorables de hoy, ante el tribunal de Dios que nos preguntará. “¿Qué has hecho con tu hermano?”.