Manuel de Diego Martín
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7 de mayo de 2011
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La semana de pascua, un grupo de sacerdotes de la diócesis con el Sr. Obispo, hemos tenido una convivencia viajera siguiendo una ruta llamada contemplativa. Hemos visitado monasterios de Valladolid, Palencia y Burgos.
Todos conocemos los grandes tesoros artísticos de estas ciudades. Y aunque uno los haya visto, no se ven siempre de la misma manera. ¡Qué gozada contemplar la puerta de Sarmental de la Catedral de Burgos explicada por un gran experto que te hacía comprender que aquellas piedras estaban traduciendo la Summa Teológica de Santo Tomás! O seguir las explicaciones de un joven benedictino que nos hacía contemplar la profunda teología que contienen los relieves del Claustro de Silos. Tampoco me podía imaginar que la catedral de Palencia fuera tan hermosa. Con razón se la llama “la bella desconocida”.
Pero si fue muy hermoso contemplar esas piedras vivas, mucho más lo fue encontrarse con almas vivas. En primer lugar celebrar la Eucaristía en Valladolid en el Templo de la gran Promesa junto a la tumba del beato Bernardo Hoyos, quien fuera el artífice en el siglo XVIII de que se extendiese la devoción al Corazón de Jesús por toda España. Y después la celebración en la capilla que guarda los restos de San Rafael Arnaiz, Patrón de los jóvenes, el Hermano trapense de la Abadía de Dueñas, cuyos escritos tanto bien nos hicieron en nuestros años jóvenes. Una vidriera sintetiza todo el anhelo de este joven: “sólo Dios” donde se veía la sombra alargada de la cruz. Eso fue su vida, pasión absoluta por Dios en un continuo calvario.
Y para terminar nuestro viaje el encuentro con las Monjas de la Aguilera, antes Clarisas y ahora “Jesu Communio”. Impresiona ver a esas doscientas monjas, en su mayoría jóvenes, radiantes de alegría, dando el testimonio de su vocación, e invitándonos a cantar todos con las manos cogidas, “Yo soy Iglesia”. El amor que profesan a Jesús les hace vivir llenas de luz. Como comentaba nuestro chofer, un seglar, padre de familia, nunca he visto, decía, a gente que refleje tanta paz y felicidad. ¡Cómo les brillaban los ojos!